Diario de León

Publicado por
NICOLÁS MIÑAMBRES
León

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Años de guardar

David Fernández Villarroel. Ed. Kadmos, Salamanca, 2011. 262 pp.

La cultura de estas nuestras tierras está necesitada de un estudio sociológico sobre los niños de posguerra que, gracias a los internados religiosos, tuvieron acceso a estudios superiores. «La Arcadia perdida», en feliz expresión de Ramón Buckley, se convirtió en alegoría y dignificación de la infancia rural de aquellos años con la publicación de El camino de Miguel Delibes. De esa fuente literaria se han alimentado docenas de títulos y el de David Fernández Villarroel no es una excepción. No hay, sin embargo, tono peyorativo alguno al indicar que Años de guardar (afortunadísimo título, relacionado con aquellas «fiestas de guardar» de la posguerra) se localiza en este ambiente.

El autor vuelve a los espacios rurales de La Braña, elaborando una jugosa crónica de la educación sentimental de aquellos adolescentes. Los paisajes rurales de la infancia, los acontecimientos relevantes, los personajes queridos, las actividades seculares del momento-¦ todo sirve de material para recuperar los recuerdos y hacer efectivo el lema azoriniano del libro: « Vivir es ver volver». De ahí que estas memorias de los años infantiles y los primeros años universitarios en Oviedo, tengan más el sabor de la evocación que el del rescate estrictamente biográfico o antropológico. Prueba de ello es la ternura con la que son tratados ciertos elementos animales, como el andarríos (avecilla que da título una de las secuencias más bellas de la obra, por su sentido premonitorio de la muerte) o «Adiós, Galana», homenaje a Clarín, en recuerdo de su «Adiós, Cordera».

La obra se cierra simbólicamente, en su capítulo penúltimo, con un excelente «Álter ego»; también en su penúltimo párrafo, se nos transmite una declaración de intenciones: «De mayor quiero ser vendedor de sueños, y comprar con las monedas que gane una casa con jardín pastoreada por todos los vientos y vivir en ella pobremente en la sola amistosa compañía del silencio». Es pretensión muy del gusto de Fray Luis que, a buen seguro, David Fernández Villarroel ha conseguido-¦ al menos mientras redactaba estas páginas.

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