Diario de León

Jorge Dioni: «Nos hacen creer que el pasado es mejor inversión que el futuro»

Imagen de Jorge Dioni López, autor de ‘El malestar de las ciudades’

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León

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Tras La España de las piscinas, que cosechó el elogio de la crítica y el apoyo de los lectores, el escritor Jorge Dioni regresa de la mano de la editorial Arpa con el ensayo El malestar de las ciudades, un análisis de cómo el ser humano ha modificado sin darse cuenta su relación con el territorio y con los semejantes en un cambio de civilización cuyas consecuencias sufrimos pero de las que aún no somos conscientes.

—En la España de las piscinas tuvimos la oportunidad de comprobar cómo había cambiado nuestra relación con la comunidad debido al fenómeno de las urbanizaciones. Ahora, con El malestar de las ciudades da un paso más y se refiere a cómo cambia la perspectiva con el territorio. ¿Puede explicarlo?

—Como sabe, yo nací en Benavente, por lo que he podido ver otros fenómenos urbanos y comparar. Es decir, pienso que tener un lugar de origen tan diferente te hace ver que sí, es cierto que hay cosas diferentes entre las grandes urbes y lugares más pequeños, pero no nos engañemos, también tienen puntos en común.

—¿Por ejemplo?

—Cuando era pequeño, Benavente era el centro de un territorio. La gente de alrededor acudía a hacer sus compras allí y allí tenía su punto central de identidad porque, además, Benavente siempre ha sido un cruce de caminos. A León solo íbamos si alguien se ponía malo, muy malo, o para comprar algo imposible de encontrar allí. Al sustituir el territorio por el movimiento, estas ciudades dejan de ser el centro de abastecimiento de la zona.

—¿Lo puede explicar?

—Ahora es muy fácil ir a León. Hay autovía. El viaje es rápido, tranquilo y seguro, pero en León ocurre igual, que ya no es el centro que era porque la gente joven se ve captada por Valladolid y la gente de allí, por Madrid. El movimiento necesita de paradas de metro, con lo que la mayoría de las ciudades se convierten en lugares para el turismo, en paradas de metro. Para ciudades como León o Benavente nos ofrece el turismo.

—¿Qué implica ese cambio en la relación con el lugar?

—Antes era complicado desplazarse y no había esa pulsión por el movimiento constante. En el telediario decían que se estrenaban películas. Sabías que en León las ponían ya pero no teníamos problema en esperar a que llegase a Benavente. La concepción del tiempo y del espacio ha cambiado. Nos movemos todo el rato, sin parar. Hemos cambiado el territorio por el movimiento.

—¿Nos damos cuenta de ese cambio?

—Lo hemos interiorizado porque ya no hablamos igual. Fíjese. Antes, la palabra experiencia quería decir todo el saber acumulado por una persona. Ahora, significa la sensación que te produce algo concreto en un momento concreto y para lograrlo tenemos que desplazarnos. Hemos convertido el viaje en un producto que se produce y se vende. La pregunta que hay que hacerse es ¿Quién lo puede comprar? Llegan de fuera a adquirirlo. El resultado es que el comercio se convierte en franquicia. Los que se mueven son turistas y tienen necesidades que condicionan ese espacio: quieres un museo, un lugar donde comer, otro en el que dormir. Las compras son captadas por grandes franquicias, con lo que el centro siempre es el mismo. Es lo que tu necesitas como persona en movimiento. Siempre con un toque de cierta autenticidad, claro. Piense en los apartamentos turísticos, todos iguales, todos decorados con muebles nórdicos.

—En la España de las piscinas hablaba de cómo las zonas periurbanas habían provocado un ensimismamiento del individuo y hasta qué punto esas piscinas comunitarias se habían convertido en el recambio para la socialización.

—Sí. En La España de las piscinas se hablaba de un fenómeno accesible y divertido que ha permanecido oculta: la gran migración de las áreas urbanas a las periferias, que en ciertos lugares ha sido muy fuerte. Sevilla es un ejemplo, pero la gente no percibe la dimensión del cambio. Se hablaba de Alcalá de Guadaira como si fuera un pueblo de jornaleros cuando ya no tiene nada que ver con eso. Todos esos pueblos ya no son el sitio que eran. No son comunidades sino mucha gente tomando decisiones individuales. León es un lugar que no para de construir vivienda por ejemplo. Y es que como país las administraciones empujan a la inversión en vivienda en una filosofía que hace que sea más barato tener vivienda que trabajar. Entre hacerme rentista o trabajador, está clara mi elección. No se lanza un buen mensaje social. Lo que transmiten es que el pasado es mejor inversión que el futuro.

—Sin embargo, cada vez hay menos personas con acceso a la vivienda en un país que no deja de construir.

—Sí. Esa es la paradoja. Y de lo que no somos conscientes es de que una crisis de vivienda suele ir aparejada de una crisis demográfica. Si tu quieres una sociedad estable necesitas un marco laboral estable.

—¿Cuál es el malestar que nos provoca todo este fenómeno?

—Verá, cuando hablo de malestar me refiero a la sensación de que hay una pulsión que no puedo controlar. Antes, los habitantes se dedicaban a la producción. Eso ha cambiado y ahora estamos enfocados a todo lo relacionado con el movimiento, un movimiento del no podemos salir. El turismo me provoca malestar, un montón de problemas a los habitantes de esa ciudad, como la desaparición del centro, el llenado de gente, el fin del comercio…

—¿Qué hacemos si no?

—Ese es el problema, porque en el franquismo se pusieron las bases de una organización económica que es con la que seguimos. ¿Cuáles? Turismo y construcción. Habrá que pensar otra cosa porque no podemos continuar con ese modelo. ¡Ojo! Yo estoy a favor del ocio, pero me provoca temor que sigamos apostando todo a una sola ficha.

—Antes el turismo era la solución para las islas, Andalucía y el Levante, pero ahora lo es para toda España, incluida la vaciada.

—Es verdad. ¿Y si la cuestión climática es como nos dicen? ¿Qué pasa con el Levante y el sur de España cuando la gente ya no quiera ir a sus playas? ¿A qué se dedicarán? Hay un malestar obvio: todo lleno. Y no puedo ir dónde quiero ir ni siquiera puedo cruzar por determinadas calles que son lugares de paso. Las Ramblas han dejado de ser Las Ramblas y es difícil encontrar allí a un barcelonés.

—Se mercantilizan las calles.

—Claro. Se mercantiliza todo, en realidad, porque la solución es poner un precio, como ha dicho el consejero de Sanidad de Cantabria: la solución es ponernos a la cola o el copago, con lo que la economía del bienestar no tiene futuro.

—Decían los futuristas que Europa no avanzaba porque era un gran parque temático del pasado y había que arrasarlo.

—Jajajaja. Sí. El principal productor de Europa es la historia. En el siglo XIX había casas que se tiraban para construir otras, pero ahora todo hay que conservarlo. Decir esto en España es un poco extraño porque no es el mejor ejemplo. Pero Europa es un punto de atracción tremendo. Tu miras el mundo y Europa es un lugar extraño, que tiene leyes estables, moneda, gobiernos estables, seguridad en la calle, buen clima, no va a haber guerras ni cambios legislativos extremos... Somos un gran refugio, pero eso puede cambiar. Se intuye, aunque aún no podamos verlo. En el lugar en el que vivo se ha instalado una gran población latinoamericana viene gente de rentas altas que llega huyendo de la desigualdad. Sin embargo, cuando hablas con ellos te das cuenta de que quieren repetir el mismo esquema de desigualdad que nos conduzca precisamente al lugar del que ellos huyen. Hace unos días, un periodista de Barcelona me decía que la ciudad tenía un grave problema de seguridad. ¡Claro que la delincuencia se ha convertido en un problema en Barcelona! Pero es que la gente que viene a buscarse la vida se dirige a sitios en los que la gente tenga dinero. Lo que i decir es que esta apuesta por el urbanismo periférico tiene ciertos efectos.

—¿Cuáles son los más evidentes?

—Pues mire, En Estados Unidos la época de crecimiento de los suburbios fue acompasada del aumento de los medicamentos para la salud mental. Un urbanismo periférico. Necesitamos encontrarnos con los demás. Si algo demostró el covid es que el aislamiento no nos sienta bien. Nuestra socialización es nuestra humanidad. Además, el aislamiento provoca miedo y miedo a los demás. No sé si vio la serie de Berto Romero Mira lo que has hecho, en la que una pareja se muda a un chalet y él entraba en paranoia. Cuando te aíslas, la calle se vuelve hostil, ver gente caminando se convierte en raro. ¿Dónde van? ¿Querrán robarme?

—Ni siquiera nos hemos dado cuenta de que el cambio ha ocurrido.

—Sí, la calle se ha deshumanizado, ya no es un lugar de encuentro porque la hemos vaciado de todo lo que implicaba relación con los demás. Se han vuelto lugares hostiles. Cuando era pequeño había muchos oficios que estaban de la puerta a la calle y veías como trabajaban. Ahora, eso se terminó.

—Es el triunfo del individuo por encima de la comunidad, el liberalismo llevado al extremo.

—Es una cultura en la que prevalece el individualismo y la competitividad. El modelo es que tiene que buscarte la vida. La lucha se juega entre dos modelos: el que considera que nos tenemos que salvar todos, que es el modelo del Estado del Bienestar, o el que apuesta por un mundo inseguro y precario.

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