Diario de León

POR emilio gancedo

El panteón del costumbrismo leonés

l. Es la literatura más arraigada: autores que contaron ‘desde dentro’ cómo era la vida en su pueblo y comarca . necesitan un monumento, pero muchas de sus obras ni siquiera se han reeditado con la dignidad que merecen. de norte a sur, todas las comarcas leonesas tienen su particular ‘cantor’

Vista de Pedrosa del Rey, el pueblo montañés, hoy bajo las aguas del pantano de Riaño, que tanto inspirara al ‘Melladín’.

Vista de Pedrosa del Rey, el pueblo montañés, hoy bajo las aguas del pantano de Riaño, que tanto inspirara al ‘Melladín’.

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POR emilio gancedo
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He aquí el sabor de lo que un día fue pura cotidianeidad en nuestros pueblos y hoy ha desaparecido, languidece o es recreación pura y dura. La vida tradicional leonesa fue contada con pulso, pasión y brío por una serie de escritores señeros que, pese a la calidad de su literatura y el valor del testimonio etnográfico y social que constituyen sus obras, poco recuerdo público se tiene hoy de la mayoría de ellos, escasamente reeditados e insuficientemente releídos. Así como en otras regiones plazas, paseos, avenidas y bibliotecas aparecen rotulados con los nombres de sus grandes autores costumbristas, de aquellos que mejor describieron los paisajes, las labores y las gentes, esto es, lo más cercano, querido y entrañable, aquí apellidos como Bardón, Goy, Aragón o Llamas son desconocidos para el gran público.

Pero sorprende, en un primer momento, la cantidad y variedad del costumbrismo en nuestra tierra. Nicolás Miñambres, crítico literario de este suplemento, piensa que la lista de literatos que pusieron negro sobre blanco la vida diaria que se desplegaba a su alrededor podría remontarse incluso al Padre Isla (1703-1781): «Aunque pertenece al siglo XVIII y entonces no se había inventado el costumbrismo como tal, en el Fray Gerundio de Campazas hay multitud de páginas excelentes describiendo hábitos y costumbres del ruralismo leonés, sobre todo el de Tierra de Campos». En efecto, nada más empezar se analiza con detalle el hogar del labriego padre de Fray Gerundio: «Se distinguía su casa entre todas las del lugar en ser la única que tenía teja» (las demás estarían techadas de paja de centeno, como las pocas pallozas y casas de techo que hoy quedan en la montaña). Y continúa indicando que «entrábase a ella por un gran corralón flanqueado de cobertizos, que llaman tenadas los naturales (…). En la pared del portal, que hacía frente a la puerta, había una especie de aparador o estante, que se llamaba vasar en el vocabulario del país…» y así continúa en un repaso que nos hace recordar olvidados detalles de las casas de labranza de nuestros páramos y riberas, de tapial encalado y amplio corral. De hecho, si abrimos el abanico sobre indicios de prácticas y modos de vida en León, no es poco jugoso lo que nos dice la satírica y taimada Pícara Justina sobre el mundo labrador y mesonero de la ribera media del Esla.

Y si seguimos un criterio cronológico habríamos de encontrarnos a continuación, como resalta Miñambres, con quien fuera «sin lugar a dudas, uno de los mejores costumbristas españoles»: Enrique Gil y Carrasco (1816-1845), culmen de la novela histórica española y casi el primer autor nacional que comenzó a dar verdadera importancia al paisaje y al paisanaje en sus escritos. De hecho, fue un excelente autor de libros y artículos de viaje, agudo observador lleno de inquietud por los usos, aprovechamientos, tradiciones, retos, potencialidades y problemas de las zonas que atravesaba: en Bosquejo de un viaje a una provincia del interior explica al lector su visión de las Médulas y otros lugares del Bierzo, también de Maragatos y de la ciudad de León, entre otros escenarios. Reflexionaba sin cesar sobre lo que veía —incluso cuando transitaba países extranjeros— y, por ejemplo, en El pastor trashumante plasma con todo detalle y verdadero afán antropológico la dura vida de un pastor babiano, con su trasiego a Extremadura, esquileo, pastoreo, despedida y regreso al valle natal, etc («entre las lanas finas de España la más estimada es la llamada babiana que toma su nombre del distrito de las montañas de León que apellidan Babia. Este país celebrado entre todos los pastores por sus pastos delicados y sabrosos, no tiene más riqueza que sus yerbas, y de consiguiente todos sus habitantes son pastores»). Y en El maragato , además de revivir una boda típica de esta comarca, nos invita a un viaje arriero hasta Madrid según la secular rutina de esta emblemática etnia leonesa.

En esta relación de costumbristas no puede faltar, en primer lugar, una ilustre santanderina que en buena medida forjó uno de nuestros estereotipos más conocidos. En su estancia en Astorga y Castrillo, Concha Espina (1869-1955) escribió La esfinge maragata aupando este mito leonés a primer nivel literario («la tez morena clara, de suavísimo color; puras las facciones y graciosas; párpados grandes y tersos...», así describe a la mujer maragata). Y en segundo lugar, a un gran montañés, Antonio de Valbuena, el Melladín de Pedrosa (1844-1929), un gigante de su época, alabado por Clarín y Pardo Bazán, polemista y crítico durísimo… y cuentista delicioso. Con la Montaña Oriental como norte, nos habló de la recogida de los hayucos, del tabernario herrero de Vegamián, de las meriendas en los molinos riberanos de los pobres estudiantes de la capital leonesa, del gamonal, de los maimones…Y qué comienzos: «Chispo del todo nunca solía estar Lorencín, pero a medios pelos estaba casi siempre» ( Lo hizo de gracia ) o «Estaba oscureciendo cuando entró el secretario de Villaopresa, Silvestre Pardal, en el establo de Pedro Berrugas, que andaba echando de cenar a las vacas» ( La ley perruna ). En los libros de cuentos Rebojos , Caza mayor y menor (no hay metáfora) o en la novela Agua turbia , todas injustamente apenas reeditadas y casi sólo disponibles en facsímil, pueden encontrarse sus proteínicos textos. Continuando el sendero que van marcando los años, el Alto Porma fue gran protagonista de una obra tan injustamente olvidada como es Susarón , del clérigo astorgano José María Goy (1877-1946), donde el día a día en Puebla de Lillo y su entorno vibra en cada página. Marusa, Lin, don Manuel, Nieves…desfilan por este libro donde hechos humildes pero significativos —el día de la fiesta con los aluches, la recogida de la hierba o el nacimiento de los jatos— son acontecimientos principales. Además, no contento con emplear multitud de palabras de la zona, incluye un diccionario final donde se explica bien a las claras qué es la borrina , qué se hace al gutir o cómo se extiende un marallo .

Palabras ‘del país’

De una punta a otra de la provincia: Menas Alonso Llamas (1899-1931) es el autor costumbrista por excelencia de La Bañeza y sus riberas con su Vendimiario, novela de sorprendente modernidad, mientras José Aragón y Escacena (1891-1945), nacido en Astorga, fue de los pioneros en internarse en la remota Cabrera con ánimo literario y notarial a un tiempo. No contento con describir, por primera vez, lo dificultoso y casi inexistente de las comunicaciones en la comarca, dejó fijada en la novela Entre brumas , en cantares y dichos entreverados con la trama, esa extraordinaria variante del leonés que hoy es de las pocas que goza de cierta vitalidad («llas mozas que ñon tienen/ llinares ña veiga,/ plaos en Villareyu/ y tierras ño coñazal/ ñon tengades miedo/ que llos mozos ye pisen/ lla paya ño corral»). Y si de lengua patrimonial hablamos, he ahí a Cayetano Álvarez Bardón, Caitano (1881-1924), de Carrizo de la Ribera, quien en sus Cuentos en dialecto leonés nos muestra el vigor que a caballo entre los dos siglos tenía esta vieja lengua en la ribera del Órbigo y áreas cercanas como Cepeda, alto Bierzo y Omaña.

Ya en pleno siglo XX, y aunque no se pueda adscribir al costumbrismo como corriente literaria, toda la cultura propia de la Montaña Occidental cabe en la extensa obra, toda en patsuezu, de la palaciega Eva González (1918-2007). De la misma forma que la producción de esta autora continúa deparando sorpresas (dejó material manuscrito que espera su publicación), así la lista de autores que hicieron de la realidad diaria humus literario es bien generosa, tanto como lo es esta tierra en formidable paisaje y más poderosa imaginación: los bercianos Francisco del Llano y Acacio Cáceres, José María Luengo, Miguel Bravo, Mariano Domínguez Berrueta… todos invitan a leer y a respirar los aires de León.

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