Diario de León

CULTURA

El retrato perdido de Gil y Carrasco

Un medallón familiar tiene la clave de la imagen del autor. Un cuadro pintado en un desván, una fotocomposición, un dibujo de periódico. el origen del icono que ha llegado hasta nosotros del escritor se pierde en una vieja litografía

Domingo Carrasco muestra el retrato del escritor en la sala de profesores del Instituto Gil y Carrasco

Domingo Carrasco muestra el retrato del escritor en la sala de profesores del Instituto Gil y Carrasco

Ponferrada

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Hace cien años, José Romero González regentaba una confitería en la plaza de La Encina de Ponferrada que daba empleo a seis personas en el obrador. Allí elaboraban y vendían dulces y chocolates, frutas en almíbar y café torrefacto. Pero a ‘Pepe’ Romero, que había heredado el negocio de su padre, proveedor de la Casa Real, no le interesaba el mundo de las levaduras y el azúcar y de las frutas del Bierzo —según cuenta su nieta Esther— y había delegado la gestión de la confitería en su esposa para pasarse los días en el desván de su casa, pintando retratos como el de Gil y Carrasco que en 1934 donó al instituto que adoptaba el nombre del escritor.

El retrato más famoso de Enrique Gil y Carrasco lo pintó un artista semidesconocido que vivía de su confitería familiar en la plaza de la Encina de Ponferrada, pero no quería ser chocolatero, y desde hace ochenta años cuelga de una de las paredes del instituto que lleva el nombre del escritor en la capital del Bierzo. El cuadro que José Romero González pintó en su desván y donó al instituto en 1934 es una idealización del autor de El Señor de Bembibre y El lago de Carucedo, con la silueta del Castillo de Cornatel como fondo, aunque la imagen que muestra del escritor, un hombre moreno, de ojos oscuros y el pelo en retirada no encaja muy bien con las descripciones que se conocen del novelista y poeta romántico, empezando por la que el propio Gil y Carrasco hizo de sí mismo en un documento autobiográfico como Anochecer en San Antonio de la Florida; Su vestido era sencillo, rubia su cabellera, azules sus apagados ojos, y en su despejada frente se notaba una ligera tinta de melancolía, se autorretrata el villafranquino.

El cuadro de Romero, imagen icónica que se repite en la mayoría de las publicaciones sobre Gil y Carrasco, es todo un misterio por desvelar. Y el origen de todo puede estar en un medallón perdido, con una litografía de época en su interior, que la familia Gil Robles, —descendientes del hermano del escritor, Eugenio Gil y Carrasco— conservó durante un tiempo. Lo cuenta el historiador berciano y profesor en el instituto Gil y Carrasco, Miguel J. García, citando a un experto como es el profesor francés Jean-Louis Picoche, que contactó en los años setenta con la familia Gil Robles para escribir una extensa tesis doctoral de más de mil quinientas páginas sobre la vida y la obra del escritor, hoy convertida en uno de los textos de referencia.

«El medallón está perdido», cuenta Miguel J. García, convencido de que la litografía que incluía reflejaba con bastante fidelidad la fisonomía del escritor y fue la base para la iconografía posterior, aunque resulte difícil dudar de que Gil y Carrasco, y lo confirman otras descripciones de la época como su ficha en el Seminario de Astorga, tenía los ojos azules o ‘garzos’, y posiblemente el pelo castaño claro.

Otros autores como el bembibrense Manuel Olano muestran su extrañeza porque otros biógrafos de referencia no hayan hablado nunca del medallón desaparecido. Olano ha rastreado en la hemeroteca y ha dado con la primera imagen conocida de Gil y Carrasco, una ilustración aparecida en la primera página de Diario de León en su edición del martes 21 de enero de 1908. «Leoneses de valer», dice el titular que preside un pequeño texto donde se recuerda que Gil y Carrasco fue compañero de Espronceda y murió en Berlín. «Sus poesías —dice más abajo— son verdaderas joyas del Parnaso español y su novela El Señor de Bembibre es una hermosa narración escrita en una prosa castiza e inimitable». Y el dibujo muestra a un hombre un tanto avejentado —Gil y Carrasco murió sin haber cumplido los 31 años— con la misma barba y bigote y la misma vestimenta oscura, corbata y alfiler de cuello que después reproducirá Romero en su retrato.

Miguel J. no cree descabellado pensar que las dos imágenes parten de la litografía del medallón de época. Y todavía existe un tercer icono, una fotocomposición que el fotógrafo Arturo González Nieto elaboró para la velada literaria con la que Villafranca del Bierzo homenajeó a su paisano en 1924, que de nuevo enseña a un Gil y Carrasco vestido de la misma forma, con la barba y el bigote, aunque sus rasgos sean los de un hombre más joven.

Las preguntas se suceden. ¿Por qué todos reproducen la misma imagen, la misma pose, el mismo traje? ¿Tuvo acceso González Nieto al medallón de los Gil Robles? ¿Lo llegó a ver José Romero, que conoció a contemporáneos del autor como el anciano ex alcalde de Ponferrada Isidro Rueda, cuando pintó el cuadro? ¿Lo tuvo en sus manos el anónimo ilustrador de Diario de León? ¿Existió?

El último misterio

El cuadro de José Romero González, que hoy preside la sala de profesores del instituto Gil y Carrasco y próximamente formará parte de la exposición sobre el autor que albergará el Castillo de Ponferrada, esconde además otros misterios. Lo comprueba el director del centro, Domingo Carrasco —que no tiene parentesco directo con el escritor aunque comparta apellido similar y una imagen parecida— cuando lo descuelga para enseñárselo a este periódico. Alguien, en algún momento de obcecación, le clavó un objeto punzante a la tela y lo desgarró.

Pionero de la fotografía en Ponferrada, Arturo González Nieto (1882-1937) es el autor de otra romántica imagen de Gil y Carrasco; una fotocomposición que realizó para el homenaje que Villafranca del Bierzo le tributó al escritor en 1924. El retrato bien pudiera haber servido de inspiración al cuadro de José Romero, o viceversa —no está claro en que momento lo pintó— porque además de mostrar al autor en la misma pose y con la misma ropa, tiene como fondo, junto una fantasmagoría evocadora, al castillo de Cornatel.

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