Diario de León

Ajedrez contra los rusos

Los abuelos de Odesa que no pueden escapar de la ciudad juegan al ajedrez en los parques

Andriy, Vladimir y Anatoliy juegan al ajedrez en un parque de Odesa. ISAAC J. MARTÍN

Andriy, Vladimir y Anatoliy juegan al ajedrez en un parque de Odesa. ISAAC J. MARTÍN

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Isaac J. Martín | ODESA

Mientras que los rusos van intensificando las acciones contra la región de Odesa, en el suroeste de Ucrania, tras el ataque del lunes desde dos barcos, los abuelos ucranianos se sientan tranquilos en el parque para jugar al ajedrez ya que ante la imposibilidad física, mental y económica de huir sólo les queda una opción: quedarse en la ciudad y esperar.

En la plaza Soborna, en el centro de Odesa, las alarmas antiaéreas se mezclan con el repique de las campanas de la Catedral de la Transfiguración, que empiezan a sonar cuando se activan las sirenas ante un posible ataque. A pesar de esos sonidos, varios abuelos se reúnen cada día para jugar y sin protegerse en ningún refugio.

«Los refugios subterráneos son de antes de la II Guerra Mundial, así que no estoy seguro de que puedan soportar las armas modernas», dice Andriy, un pensionista de 70 años. Aunque suenan las alarmas, prefiere quedarse en el parque mientras se prepara para ver una partida de ajedrez.

La ciudad de Odesa, la llamada perla del mar Negro, vive en tensión prácticamente desde que comenzó la guerra de Rusia contra Ucrania el 24 de febrero. Es uno de los objetivos más preciados de Moscú por ser uno de los puntos más estratégicos del país.

A pesar de esta amenaza contra la ciudad, a Andriy, que se acaricia su espeso bigote, sólo le tiene preocupado una cosa: su pensión mensual.

«Venimos cada día aquí, al parque, porque no sabemos qué va a pasar y sobre todo qué va a pasar con nosotros. Si no nos pagan nuestra pensión mensual, ¿qué vamos a hacer? No podemos trabajar», afirma Andriy, que recibe una pensión de unos 250 euros.

Irse de la ciudad no está entre sus planes ni en el de ninguno de sus colegas que le acompañan a estas partidas de ajedrez matutinas que se pueden alargar hasta la caída del sol.

Con su sombrero de lana llamado papaja, Andriy, que antes trabajaba como agente de seguridad, dice que no sabe «cómo vivir en el extranjero». Por eso, insiste en que no se va a ir porque, además, «se necesita dinero para huir» y «no todo el mundo puede dejar la ciudad».

En una de las mesas del parque con el tablero de ajedrez y el cronómetro de cuerda ya preparado, Vladimir y Anatoliy, ambos también de 70 años, se concentran en su partida. Boris, de 71 años, espera el jaque mate para tomar la posición del perdedor. «¿Por quién nos vamos a ir? Rondamos entre los 70 y 80 años, ¿dónde vamos a ir? Si fuera joven, sí me iría».

Cuando Vladimir se levanta tras haber perdido la partida encadenando un cigarro tras otro, afirma entre bromas que Odesa significa «la sonrisa de Dios» y que no le va a pasar nada.

«¿Quién nos va a proteger? No tenemos protectores», explica. «No tiene sentido que nos vayamos cuando tenemos dinero, no tenemos nada».

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