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La vieja Torre de los Ponce

El más antiguo baluarte de León resiste al paso de los siglos para dejar constancia de un pasado en el que la Legio VII fue conocida como la ciudad de las torres por su alto número de fortificaciones

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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La primitiva muralla romana, construida por la Legión VII para defender el campamento militar que se asentó al amparo de los ríos Bernesga y Torío, formaba un rectángulo cuyo perímetro presentaba cuatro aberturas en cada uno de los puntos cardinales: al norte, la Puerta del Castillo -única que se conserva, rehecha en el año 1759-; al sur, la Puerta o Arco de Rege, en la actualidad calle de Platerías; por el este, la Puerta llamada del Obispo, derribada a principios del siglo XX, entre la catedral y el Palacio Episcopal; y al oeste la Puerta Cauriense, que abría su vano entre el actual Palacio de los Guzmanes y la calle de la Rúa. El descalabro sufrido por el pétreo cinturón romano ante la brutal embestida del caudillo Almanzor y su hijo Abdelemik, dejó desmochada la ciudad de las torres , como era conocida la civitas legionense por su gran cantidad de torreones defensivos. Un siglo más tarde, el rey Alfonso V, además de repoblar la ciudad y darle los famosos Fueros del año 1020, reconstruyó la maltratada muralla y volvió a reponer sus cuatro puertas, no ya con la suntuosidad marmórea y de bronce que las distinguían, sino con madera noble encastrada en los nuevos arcos de piedra de sillería. Todavía tuvieron que pasar tres siglos para que los viejos barrios leoneses, surgidos a extramuros del recinto romano durante la Alta Edad Media, fuesen flanqueados, primero por la Muralla Absidal que cercó el barrio de San Martín, y ya en el siglo XIV, bajo el reinado de Alfonso XI, por la cerca nueva que todavía asoma en algunas partes, cohibida por la altiva arrogancia de una ciudad que vive intensamente su alocada dispersión y su irrecuperable personalidad de otros tiempos. La mejor de las torres Una sola torre, de las muchas que dieron fama y nombre a la ciudad de León, desafía el paso de los tiempos. Ni Almanzor, ni el lento desgaste de los elementos, ni siquiera la feroz especulación sufrida en tantos y tantos espacios de la urbe, han podido con ella: La Torre de los Ponce, que quizá deba su pervivencia a la afortunada circunstancia de estar adscrita al patrimonio eclesial, y depender así de una Institución cuyo conservadurismo tradicional ha beneficiado, en ocasiones como ésta, y a otras muchas relacionadas con su enorme potencial artístico, al mantener en nuestros catálogos monumentales piezas inestimables por sus connotaciones históricas y sociales. La Torre de los Ponce pertenecía al conjunto torreado de una ciudad fortificada, y destacaba del resto por su forma cuadrada, cuyos basamentos y gran parte de la actual estructura son auténticamente romanos, según han podido contrastar autores de todos los tiempos, como Álvarez de la Braña, Berrueta, el Padre Fita... Otra de las características diferenciales de nuestra Torre, es el haber sido una de las cuatro esquinas del recinto castrense, precisamente la de más concurrencia por concentrarse desde siempre, en esta parte oriental del encuadre, la actividad comercial y de trueque iniciada por la primitiva «cannaba» de los romanos, seguida ininterrumpidamente hasta nuestros días por los zocos seculares de miércoles y sábados. Hasta el siglo XIX, el enclave aledaño a la Torre, desde el arranque de la Cerca Nueva o medieval, daba acceso a la ciudad por la llamada «Puerta del Peso», y en su entorno se encontraba la parada de postas y viajeros de llegada o salida, que hoy llamaríamos la «Estación de Autobuses». Parece ser que, aunque el capítulo de viajes era privativo de la clase acomodada, o burguesa, los leoneses mantenían una dotación de nueve calesas de alquiler para el servicio de estas gentes privilegiadas, así como ocho carros tirados por mulas, evidentemente destinados al contrato de carga y descarga. Casi todos estos vehículos eran propiedad de las mismas personas, pues según los padrones municipales y cartas de pago por bienes semovientes, se conocen los nombres de los cuatro propietarios que contribuían por los 17 carruajes: Miguel Díez; la viuda María Matategui; Domingo García, y Pedro de las Fuentes. Todos ellos titulares de otro tipo de actividades, como mesoneros, taberneros y comerciantes. El viaje a Madrid era ajustado por 300 reales, y el de Valladolid por 150. Las torres de León no solían tener nombre propio, excepto las de los grandes templos: Torres del Reloj y de las Campanas en la catedral, y Torre del Gallo en San Isidoro. Pero la torre que hoy nos ocupa, por su singularidad y adscripción a una familia de linaje esclarecido, tuvo y tiene el privilegio de ser conocida por su nombre, sin necesidad de situarla o numerarla como el resto del conjunto. Fueron los Ponce de León señores de gran predicamento en los territorios conquistados. El que dio origen a que su apellido quedase vinculado a la Torre, fue Ponce de Minerva, oriundo de Francia, mayordomo del Emperador Alfonso VII y fundador del Monasterio de Sandoval. Su nombramiento por Orden Real, de Gobernador de la Torres de la Ciudad, fue determinante para que desde entonces uniese a la Torre el apellido de su linaje.

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