Diario de León

De las madreñas y las boinas a los equipos de protección

El Museo de la Siderurgia de Sabero acoge una muestra sobre la evolución de la ropa minera y la incorporación de las tecnologías al tajo

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Sabero

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La exposición Segunda piel, ropa de trabajo, equipos y elementos de protección en la mina , del Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, en Sabero, ha sido un gran reclamo en estos días, ya que de su mano puede conseguirse un pequeño paseo por la historia de la indumentaria y los elementos que acompañaron a los mineros, que se convertía en una herramienta tan necesaria como los picos o las palas.

El mismo proceso de evolución histórica en las herramientas para el trabajo se da con el vestuario. Cada mina presenta unas condiciones ambientales propias —frío y humedad frente a altas temperaturas y sequedad— e incluso una misma explotación presenta diferencias notables en distintos lugares de trabajo: fondo de saco o embarques. Esta circunstancia hace que las prendas se adapten a las necesidades del trabajo y del lugar.

En un primer momento eran los propios mineros, escasos de recursos, quienes aportaban las prendas necesarias para trabajar. Solían reservar la ropa en desuso, prendas de menor calidad con telas resistentes que minimizaban la exposición de la piel y protegiesen de arañazos y rozaduras. Para proteger el pelo del polvo y pequeños golpes se cubrían la cabeza con pañuelos o gorras, siendo las boinas el elemento más utilizado en las minas de carbón de la Cordillera Cantábrica.

Para los pies se optó por calzados de la vida diaria que se adaptasen a las condiciones de la mina. En minas metálicas del sur se podía trabajar descalzo o con sandalias de cáñamo y lona. En las minas de carbón del norte la humedad y el barro obligaban a calzado más resistente y a trabajar en ocasiones con albarcas o madreñas. Se buscaba la robustez y la resistencia al lavado pues las prendas por economía debían durar, lo que hacía habitual que se reforzasen en zonas de mayor desgaste.

El gran cambio se produjo cuando la vestimenta pasó de ser la ropa que protegía de las inclemencias del tiempo a un elemento más de seguridad y protección para el trabajador.

A comienzos del siglo XX se comienza a legislar sobre seguridad cuya responsabilidad legal recae en la empresa. Con la nueva normativa será esta la encargada de proporcionar un vestuario adecuado a sus trabajadores. Un novedoso concepto de cultura preventiva y seguridad que aprovechando las nuevas tecnologías y la aparición de modernos materiales para la seguridad propician que ya no se use el término vestimenta minera, hablándose actualmente de elementos de protección personal dentro de los que se engloban las prendas y equipos especializados que debe llevar el minero para realizar su trabajo con plena garantía de seguridad.

El minero moderno debe estar perfectamente equipado para protegerse de riesgos como la inhalación del polvo y gases, del ruido, la oscuridad o de golpes y desprendimientos. Tiene que proteger las partes más expuestas del cuerpo como la cabeza con cascos, las manos con guantes o los pies con calzado apropiado. Pero también debe estar dotado de aparatos para medir la atmósfera minera que le avisen de situaciones peligrosas o de sistemas de respiración autónoma como los autorrescatadores que le permitan sobrevivir a situaciones de peligro.

Con los años la prenda que se generalizó entre los mineros fue el overol, mono de trabajo o buzo. De gran sencillez y resistencia permite cubrir todo el cuerpo con una sola penda, que une pantalón y chaqueta, y disponer de una gran cremallera. Los primeros monos estaban fabricados en algodón, aunque en la actualidad se mezcla algodón con tejidos sintéticos e incluso se han incorporado materiales fluorescentes que les convierten en prendas de alta visibilidad.

Nuevas tecnologías, nuevos materiales, que han conseguido que el trabajo en la mina sea mucho más seguro y que alejan de las condiciones laborales en que tuvieron que bajar a las entrañas de la tierra los viejos mineros.

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