Diario de León

900 años de historia

Cistercienses en León

el císter Renovó la regla de san benito y llegó a contar con 338 monasterios. En león hubo nueve, cuatro masculinos y cinco femeninos

San Miguel de las Dueñas, junto a Gradefes y Carrizo, todavía conserva las religiosas cistercienses.

San Miguel de las Dueñas, junto a Gradefes y Carrizo, todavía conserva las religiosas cistercienses.

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En el año 1098, dentro de la Borgoña francesa, surge la orden monacal más importante que llenó los cenobios europeos. El Císter, fundado por un grupo de monjes benedictinos encabezado por Roberto de Molesmes, quiso reformar desde Citeaux la tendencia relajante que comenzaba a devaluar la Regla de San Benito. La incorporación del joven Bernardo de La Fontaine, con su emblemática fundación de Claraval, consiguió que antes de cuarenta años el Cister contase con la bonita cifra de 338 monasterios. Como dato relevante apuntamos que en España, en el siglo XV, los cistercienses contaban con 58 fundaciones de monjes y 80 femeninas. La provincia de León mantuvo nueve monasterios, cuatro masculinos y cinco de monjas.

El éxito prodigioso -según palabras del historiador francés del Cister P. Maur Cocheril-, fue como una marejada, un tornado que arrasó el viejo monaquismo. San Bernardo, infatigable pescador de almas, arrastraba en su seguimiento a las multitudes, se decía que cuando llegaba a una ciudad, las madres encerraban a sus hijos, para que no dejasen todo y marchasen detrás de El de Claraval.

Hasta tal punto llegó a desbordarse la proliferación de monasterios, ocupados por monjes de extracción social tan dispar, que el propio Capítulo General, órgano supremo de la Orden, prohibió hacer nuevas fundaciones en el año 1152, temeroso de no poder controlar la pureza del tremendo aluvión de aspirantes, la austeridad de su vida en común, y la observancia de la Santa Regla.

Quince años después, una vez sentadas las bases que regularían la apertura de nuevos monasterios, el Cister siguió su imparable ascenso hasta alcanzar su máximo esplendor en el siglo XV con sus 1642 monasterios salpicando la geografía europea.

El viejo lema benedictino de «ora et labora», llevado a sus más rigurosos extremos, sirvió de reclamo a la inmensa riada de ascetas voluntarios que llamaron a las puertas del Cister. El alejamiento de las poblaciones, el silencio, y el estricto cumplimiento de unos horarios mortificantes, complementaron el incentivo de nuestros monjes medievales.

Algo difícil de comprender desde una sociedad de consumo que descansa sobre unas bases minadas por el materialismo, la insolidaridad y... la corrupción.

En tierras de León

Como ya hemos dicho, la provincia de León tuvo su buena parte en la visita cisterciense; nueve fueron los monasterios que se alzaron en nuestras tierras desde el año 1164 hasta el de 1245, tres de los cuales, Toldanos, Villabuena y Otero de las Dueñas, han desaparecido físicamente, mientras que otros tres, Nogales, Sandoval y Carracedo, muestran sus ruinas y su grandiosa estructura, restaurada con cierta generosidad -como en el caso del cenobio berciano-. Los tres últimos, habitados por las incombustibles monjitas del Cister, abren sus templos y claustros al visitante en los actuales enclaves de Gradefes, Carrizo y San Miguel de las Dueñas.

Con el nombre genérico de Santa María, en recuerdo de su primera fundación de «Santa María del Cister», y el específico de la toponimia local, los monasterios cistercienses aparecieron en León siguiendo la norma fundacional de la segregación y filiación de otro anterior.

El primer cenobio que se fundó dentro de los límites actuales de la provincia, fue el de Santa María de Nogales en 1164, que, dando cumplimiento a esa norma, esperó la llegada de doce monjes con su abad al frente -por aquello de las connotaciones evangélicas de los apóstoles y el Maestro- para ser habitado en 1165 por esta dotación procedente de las zamoranas tierras de Moreruela, primer establecimiento del Cister en España, sobre las ruinas del antiguo monasterio erigido por el propio San Froilán.

La fama del Cister, y un cierto egoísmo espiritual de la nobleza, que ponía sus almas a buen recaudo con fundaciones monacales que se obligasen a encomendar «per seculum» las ánimas de sus benefactores, hizo brotar nuevas casas en Gradefes (1168), Sandoval (1171), Carrizo -hoy adscrita a la reforma trapense de la austera observancia- (1176). Y ya en el siglo XIII, las de Toldanos, Carracedo, San Miguel de las Dueñas, Villabuena -cerca de Cacabelos- y Otero de las Dueñas.

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