Diario de León

El esplendor del cocido maragato

En los pueblos maragatos, con Castrillo de los Polvazares a la cabeza, se han multiplicado milagrosamente los restaurantes que ofrecen el tradicional cocido de los arrieros

CUEVAS

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MARCELINO CUEVAS | texto
León

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Maruja Botas se casó tantas veces por los ritos típicos de la maragatería, que voló el tiempo y se quedó para vestir santos. Maruja poseía una belleza singular y unos ojos verdes que nada tenían que ver con la austeridad de las viejas piedras de Castrillo de los Polvazares. Era un gozo verla caminar en el cortejo nupcial que una y otra vez la llevaba hasta la iglesia del pueblo como novia maragata por excelencia. Con la banda sonora de las castañuelas, la flauta y el tamboril, caminaba Maruja por las pantallas del cine o la televisión como una reina, con sus arracadas de joyas tradicionales y sus vistosos manteos. Maruja no fue la inventora del cocido maragato, pero merece los honores de descubridora y difusora del gastronómico invento que, por cierto, se ha convertido en la más importante seña de identidad de la comarca. La recordamos en la calle Real de su pueblo, se sentaba a media tarde ante la puerta de la casa en la que se encontraba el teléfono público de la localidad, el único teléfono, esperando pacientemente con su mirada verde perdida en el jeroglífico rojizo de piedras y barro, en los verdes dibujos geométricos de puertas y ventanas. Y algunos días el teléfono sonaba en el silencio majestuoso de la tarde, Maruja se levantaba con presteza y recogía el mensaje que casi siempre era para ella, alguien de León o de Madrid que anunciaba la visita a su casa para disfrutar del impagable cocido maragato que su madre hacía en la vieja cocina de carbón, a fuego lento, poniendo con ancestral liturgia culinaria todos y cada uno de los ingredientes que componen el monumental cocido. Y salvo honrosas excepciones, surgidas en torno a algún festejo excepcional, ese era el único cocido que podía degustarse en Castrillo de los Polvazares y nos arriesgamos a decir que en toda la Maragatería. Hoy las cosas han cambiado totalmente, el Castrillo de las calles desiertas, de las casas cerradas a cal y canto, como solía suceder en todos los pueblos maragatos, se ha convertido en una feria. Hay un número infinito de establecimientos dedicados casi a tiempo completo a servir en tradicional cocido, y lo mismo sucede en la capital, en Astorga, en Val de San Lorenzo, en Santa Colomba¿ y en los restaurantes desperdigados por todas las angostas carreteras de esta peculiar comarca. El cocido maragato es el boom gastronómico del siglo XXI. La verdad es que lo hacen bien, han procurado conservar las estructuras y características de las típicas casas maragatas, han sabido recoger el testigo gastronómico, por otra parte bastante sencillo, y hacen a las mil maravillas esos cocidos que ya son famosos en el mundo y que atraen a gentes de todo el país, sobre todo los fines de semana, cuando Castrillo y todos los demás pueblos se llenan de visitantes que llegan hambrientos y marchan más que satisfechos después de degustar las carnes, el relleno, los garbanzos, la sopa y las natillas del original cocido. Solamente un café de puchero y una copa de aguardiente de orujo, que ayudan a la difícil digestión, pueden salvar a muchos de los comensales del patatús. Los precios Pero ante la avalancha, los restaurantes maragatos han decidido que el que lo quiera que lo pague y esa puede ser su perdición. Los más discretos lo cobran a 14 euros, sin bebida, porque el cocido da sed abundante, después los hay más avispados y la tarifa sube a los 14,50 y a los 16 y a los 18 y a los 20¿ también la bebida aparte. Solamente si el grupo es numeroso y se avisa con antelación, se consigue alguna rebaja en la tarifa. Creemos, y que el maragato Cordero nos perdone desde la gloria, que son precios excesivos, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de establecimientos que han nacido a la sombra del popular cocido. Aunque este pecado avaricia no es privativo de los maragatos, ya que en la moría de los restaurantes leoneses sucede lo mismo, los precios suben de día en día como la espuma, con una incontenible alegría¿ alegría que algún día tendrán que pagar. Hemos visitado recientemente varias ciudades y pueblos de Cataluña, donde el turismo sí que es importante, y donde el nivel de vida es bastante más alto que el de León, allí los hosteleros mantienen unos precios bastante inferiores de los que rezan en las cartas de esta provincia de interior. Veremos cuanto tarda en romperse la cuerda. Suponemos que Maruja, entre semana, cuando el turismo deja las calles de Castrillo despobladas, seguirá, paseando por la calle Real y al llegar ante la casa en la que estaba el teléfono público se parará un momento haber si lo oye repicar,. Ante el silencio seguirá su camino por la calle empedrada y pensará¿ ¡la que he armado!

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