Diario de León

La leyenda de la princesa surfista1397124194

Victoria Kaiulani, princesa heredera de Hawai, fue una de las últimas surfistas clásicas. Amiga de Stevenson, educada en las cortes europeas, sufrió una revolución y murió prematuramente a los 23 años

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XAIME MARIÑO | texto
León

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A finales del siglo XIX la milenaria tradición surfista del archipiélago de Hawai estaba desapareciendo, acosada por la estricta moralidad y la influencia creciente de los misioneros protestantes de Nueva Inglaterra. La pericia sobre las olas y los cuerpos semidesnudos, que habían impresionado por primera vez a los occidentales a través de los ojos de la tripulación del capitán Cook, cien años atrás, aparecían ahora como símbolos de pecado, hedonismo y desafío a Dios. Muchos consideran a la adolescente princesa Kaiulani y a su tabla de madera como la última estampa del surf clásico, antes de que su práctica cayera en un olvido del que no saldría hasta bien entrado el siglo XX. El comienzo Victoria Kaiulani Cleghorn, nacida el 16 de octubre de 1875, era hija de la hermana del rey de Hawai, Miriam Likelike, y del gobernador de la isla de Oahu, el escocés Archibald Cleghorn. El rey Kalakaua no tuvo descendencia y pronto Kaiulani fue declarada Princesa Coronada de Hawai y, por lo tanto, heredera al trono. Los reyes de Hawai estaban empeñados en demostrar al mundo que su pueblo podía ser tan civilizado y avanzado como cualquiera de los europeos. Y pusieron todo el interés en importar usos, costumbres y avances científicos. Por poner un ejemplo, el palacio real de Iaolani tuvo iluminación eléctrica antes incluso que la misma Casa Blanca en Washington. Precisamente fue la mano de Kaiulani la encargada de encender por primera vez las luces de Honolulú. Victoria (en homenaje a la reina de Inglaterra) Kaiulani («el punto mas alto del cielo») creció educada como una princesa de una corte europea en un paraíso tropical. Pero, a pesar de ser una hapa-haole (mestiza), su parte nativa se imponía a menudo y se escapaba a surfear con los muchachos de las aldeas a la mítica playa de Waikiki, con sus olas de ocho metros. Pronto, la joven fue conocida por ellos como «la princesa surfista». Su tabla de madera se conserva hoy en día como un tesoro sagrado en el museo del obispo de Honolulú. Representa en cierto modo el símbolo del fin de una época. Robert Louis Stevenson Cuando ella tenía 12 años murió su madre, y Kaiulani se convirtió en señora de Ainahau, el palacio construido para ella por su padre. Llegó entonces a las islas la visita de un gran hombre de letras, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro o de Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Navegaba buscando un lugar donde poder convivir con su frágil salud y pasó cinco meses en Hawai. Fue huésped asiduo de la casa de Victoria, le unía el vínculo escocés con su padre. Kaiulaini encontró en Stevenson un amigo, un occidental que no sólo no rechazaba las tradiciones nativas, sino que mostraba interés y respeto hacia ellas. Stevenson conoció la intención de la familia de enviarla a estudiar a Escocia, y entonces llenó sus veladas de leyendas e historias, de mitos y duendes de las Tierras Altas. Trató de hacerle más fácil el gran cambió que tendría su vida: una princesa hawaiana en Edimburgo. Conocía la dificultad de la adaptación, ya que él la estaba realizando a la inversa. El 10 de mayo se despidieron. Kaiulani zarpó para Europa vía San Francisco y Stevenson continuó su viaje a Samoa. Kaiulani en Escocia Su estancia en Escocia transcurrió en Dreghorn Castle, una residencia que su padre había mandado construir para ella. Su misión era educarse lo mejor posible para ser la reina de Hawai¿ pero en 1893 llegó un telegrama que cambiaría su destino: «Reina depuesta, monarquía abrogada, comunicar noticias a la princesa». Intereses económicos y arancelarios relacionados con el azúcar y otros productos llevaron a grupos de presión a conseguir que Estados Unidos se anexionaran Hawai. Activista Kaiulani decidió entonces comenzar a trabajar por su país. Durante cuatro años recorrió Europa y Estados Unidos dando ruedas de prensa y conferencias. Fue recibida por el presidente Cleveland en la Casa Blanca. Sus palabras ante la prensa son hoy todo un símbolo para los movimientos que reclaman todavía la independencia de Hawai: «Hoy, yo, una pobre y débil joven, sin nadie de mi gente a mi lado y con todo el poder de Hawai en mi contra, tengo la fuerza de permanecer en pie por los derechos de mi pueblo. Incluso ahora puedo escuchar sus voces en mi corazón, y soy fuerte porque sé que tenemos la razón, fuerte porque sé que setenta millones de personas de este país libre escucharán este grito y rechazarán que su bandera cubra con deshonor la nuestra». La campaña que justificaba la anexión hablaba de una princesa salvaje, casi caníbal y, en palabras del corresponsal del Examiner, «la princesa Kaiulani es fascinante y encantadora. Su acento dice Londres, su elegancia dice París, pero su corazón dice Hawai». Retorno a casa Consciente ya de la inutilidad de sus esfuerzos retornó a Hawai en 1897. Sus 23 años estaban llenos de pérdidas: su madre, su tío el rey, su querido tutor británico, y ahora su propia tierra. Leales incondicionales de la causa realista la apoyaban, pero un día la sorprendió la lluvia lejos de casa cuando cabalgaba y llegó empapada. Curiosamente ella, que amaba tanto Hawai, ya no estaba acostumbrada al clima tropical. Un enfriamiento llevó a las fiebres y estas a la muerte. Era la madrugada del 6 de marzo de 1899. Actualidad de Kaiulani La princesa Victoria representa el fin de una época. Es la última de una dinastía y también de un modo de vida. Pero los hawaianos no la consideran una tragedia, sino más bien una historia inacabada. Hoy en día, sobre todo a partir de su centenario en 1999, se multiplican los homenajes; su vida y sus hechos se recogen en musicales, biografías y obras de teatro. Hoteles, avenidas, parques, museos y escuelas llevan su nombre, y la leyenda de la princesa surfista crece de año en año. Su influencia se deja notar en nuevas corrientes que recuperan la lengua hawaiana (olelo Hawai) y la historia y tradiciones nativas. Su dualidad sigue atrayendo, su fusión de dos culturas en una personalidad fascinante. Como escribió Stevenson, ella era «una rosa de dos mundos».

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