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El estigma del cáncer

El sociólogo Fernando Gil Villa desenmascara la falta de normalización social de una enfermedad que cada vez tiene más supervivientes.

Fernando Gil Villa.

Fernando Gil Villa.

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ana gaitero

LEÓN

Del cáncer se han publicado muchos libros de autoayuda y sobre dietas que ayudan a combatir la enfermedad. Pero son muy pocas las investigaciones que abordan los aspectos sociales del cáncer.

Gil Villa, quien vive en primera persona la enfermedad, acaba de sacar a la luz «La cara social del cáncer», un libro en el muestra las desigualdades entre los supervivientes de esta enfermedad, que cada vez son más numerosos, y los estigmas que envuelven la enfermedad y a quienes la padecen.

«El cáncer no se vive de forma normalizada», es una de las conclusiones de esta investigación desde el momento en que más de la mitad de las personas encuestadas creen que el cáncer tiene consecuencias negativas en la pareja, un 45,9% en el trabajo y un 34,9% en las relaciones de amistad.

El lenguaje es otro de los aspectos que delatan la falta de normalización social del cáncer, en situaciones como cuando se usa la palabra cáncer como metáfora para nombrar aspectos negativos de la vida como «la corrupción es el cáncer de la democracia», explica el sociólogo.

Las cifras hablan por sí solas de lo que supone el estigma del cáncer. Es la enfermedad más temida por la población —un 71,8%— por encima del alzhéimer y de otras enfermedades mentales, que es la segunda de la lista (12,5%) o el sida (3%), según se desprende de la investigación realizada por el sociólogo.

«Es una enfermedad que marca de manera que los pacientes utilizan y los profesionales de la salud utilizan diferentes estrategias al hablar de ella. Según el interés se generaliza o se particulariza y se dicen cosas como por ejemplo que el cáncer de sangre es muy diferente a los otros», explica Gil Villa. Así, en la investigación se recogen los testimonios de una trabajadora de la planta de hematología que le dice a una compañera de otra planta: «Aquí no huele a tumor». El sociólogo interpreta que es una forma de «defenderse de que está con pacientes que no contagian en términos simbólicos», ya que es sabido por todo el mundo que el cáncer no es una enfermedad contagiosa.

La falta de una educación para la salud es la causa de que el estigma del cáncer perviva en una sociedad en la que cada vez hay más enfermos crónicos debido a tumores, ya que gracias a los avances de los tratamientos y a la prevención se aumenta la supervivencia.

En «La cara social del cáncer» ahonda también en las desigualdes sociales ante esta enfermedad. El cáncer, asegura Gil Villa, afecta de manera diferente en función de la posición social de las personas, que se agrava ante la situación de crisis. «Las desigualdades económicas dan lugar a que algunas personas tengan acceso a tratamientos privados, pero además se está dando un problema de desigualdad de atención en el sistema público en función de la comunidad autónoma en la que reside», subraya.

El asociacionismo

Otro de los aspectos que aborda en el libro es el extenso tejido asociativo que se ha creado como respuesta social a la enfermedad. Admite que la labor de las casi 200 organizaciones del país sin escatimar críticas. «Las asociaciones cumplen una función importante que antes desempeñaba la Iglesia, pero cumpliendo una labor fundamental también libran luchas intestinas para ver quién tiene más pacientes y socios y se convierten en instituciones burocratizadas para así acceder a las subvenciones», señala el sociólogo.

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