Diario de León

El camino de David

David Vidal se quedó en el camino. Hace ocho años quebró su empresa y arrastró su vida. Fue alcohólico, drogadicto y entró en una espiral de destrucción. Hasta que no se rindió no encontró su lugar. Y ese lugar está tras la subida conocida como la ‘rompepiernas’, un trayecto del Camino de Santiago desde Santibánez a San Justo de la Vega. Vive sin luz ni agua corriente, dedicado a los peregrinos, a los que ofrece ‘La casa de los dioses’, un proyecto tan querido para algunos como rechazado por otros.

David Vidal, en ‘La casa de los dioses’, junto a los pocos enseres materiales de los que se rodea desde hace siete años. MARCIANO

David Vidal, en ‘La casa de los dioses’, junto a los pocos enseres materiales de los que se rodea desde hace siete años. MARCIANO

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carmen tapia | san justo de la vega

El catalán David Vidal dedica su vida a los peregrinos de Camino de Santiago. Se ha desprendido de todo. Dejó su mochila de amigos, familia, dos hijos, dinero, drogas, alcohol y pertenencias materiales para poner en marcha un proyecto tan querido para algunos como rechazado por otros. Su objetivo es «romper estructuras y creencias» y transformar, desde la parcela que ha llamado ‘La casa de los dioses’ «a los que creen que el otro es la forma por la cual se consigue el dinero». Hace siete años asentó su vida delante de los tapiales de una finca situada en el Camino de Santiago, justo después de la subida conocida por su dureza como ‘la rompepiernas’, un trayecto entre Santibáñez de Valdeiglesias y San Justo de la Vega. Allí vive solo, sin luz, ni agua corriente, ni móvil. Apenas nada. Algunos peregrinos solidarios con su causa suelen compartir con él días de compañía, pero el camino acaba devolviendo a cada uno a su sitio. Y David parece que ha encontrado su lugar en una finca adquirida con la ayuda de algunos amigos que apoyan su proyecto de vida. «Esta finca pertenece a una asociación. Todavía no está pagada del todo. Ya han venido los de Hacienda y la Guardia Civil, pero todo está en orden. Hay gente que me denuncia porque no comprenden el proyecto». Su decisión de tirar los tapiales de la finca, típica construcción de los pueblos de la Vega de mediados del siglo pasado, también le ha merecido los reproches de muchos de los que apoyan su proyecto. «No entendieron por qué derribé parte de los tapiales, pero es que este proyecto no es para mí, tiene que estar abierto para que los peregrinos se sientan como dioses. Todo este lugar se ofrece a la gente. Aquí no he puesto dinero, por eso no tiene puertas. El sentido de todo esto es que este lugar pierda la propiedad».

David Vidal posa con su compañera Suzanne Smithon junto al horno situado en la finca. Arriba, varios peregrinos descansan y comen fruta en 'La casa de los dioses' el singular espacio que ha creado para los caminantes.

En el interior ha sembrado un huerto con forma circular para cultivar sus propias frutas y verduras. Todo un simbolismo que conecta el sol con la naturaleza. «Aquí se rompe la creencia de que sin dinero no se puede vivir o que no hay nadie que regale nada». David regala lo que tiene a los peregrinos, que contribuyen voluntariamente con un donativo que él destina a comprar alimentos y bebidas naturales que vuelve a brindar a los caminantes. También ofrece conversación. «El tema del dinero es muy interesante. Tenemos creencias irrisorias. Para dejar algo hay que soltarlo de la mente. Es una cuestión de actitud, de entender que tú eres parte de todo este mundo. Hay muchas personas que pasan sin dinero y no pueden ser excluidas. Fui empresario de una cerrajería, era mi pasión, me conectaba con la creatividad, pero perdí la pasión y todo era trabajar por dinero. Un día todo se quebró. Entré en una espiral de destrucción, de droga, alcohol y me divorcié. Intenté suicidarme. En 2004 decidí hacer el Camino de Santiago». Y esa decisión le cambió la vida. «Caminé con dinero, sin dinero, con droga, bebido, de todas las maneras. Entonces llegué aquí y me di cuanta de que si la vida me había cuidado hasta entonces yo tenía que participar». Y se rindió. Apostó su futuro al cobijo de tres acacias, los árboles que custodian la entrada a la finca. Junto a los arbustos duerme, a la intemperie, tanto en invierno como en verano, casi sin rompa. «No me he puesto malo nunca». Desde hace un año le acompaña Suzanne Smithon, una australiana que antes de conocerle había decidido meterse a monja. «Es una relación que va floreciendo», comenta ella, «hubo un momento en que tomé la decisión de no tener más relaciones con hombres, parecía que siempre tomaba las decisiones equivocadas». David interviene. «Ella está haciendo el camino todavía».

Entre los dos elaboran pastas y mermeladas y todo lo que ofrecen a los peregrinos. «Hay mucho que hacer, no paramos en todo el día».

David, con 41 años, está más convencido que nunca de su proyecto. «A veces uno tiene que pasar un proceso doloroso para que algo ocurra. El milagro es lo que puedes llegar a ver cuando te rindes. Yo hablo desde mi experiencia personal».

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