Diario de León

Refugiados en León

«Es muy difícil ser palestino; soy de Nazaret y no puedo entrar allí»

«Ser palestino es muy difícil», afirma I. A. M., un joven de 28 años refugiado en León protagonista con su familia de una vida errante fuera de la tierra donde nacieron sus padres y todos sus antepasados. Es un refugiado en Túnez, el país en el que nació, y en Nazaret no puede entrar. Hace cuatro años decidió puede entrar en Nazaret. Decidió buscar el futuro en España. Le costó meses llegar desde Marruecos.

I. A. M. muestra los dos pasaportes que tiene como palestino. El de Líbano y el de Túnez. Por encima asoma la tarjeta de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados

I. A. M. muestra los dos pasaportes que tiene como palestino. El de Líbano y el de Túnez. Por encima asoma la tarjeta de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados

León

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I. A. M. es un refugiado perpetuo. Para entender su historia que remontarse a 1948, cuando, el 14 de mayo, se proclama el estado de Israel. Una fecha de celebración para los judíos y una catástrofe para los palestinos. El mandato británico sobre Palestina, en vigor desde 1921, llegó a su fin de forma abrupta y 700.000 palestinos fueron desterrados de sus pueblos y ciudades.

Sus abuelos se exiliaron a Líbano. «Mi padre estaba con el segundo hombre de la OLP, Farouk el Kadoumi, y se quedó hasta 1982. Aquel año Israel entró en Líbano para que los palestinos salieran y tras un acuerdo para que dejaran las armas una parte de palestinos fueron a Iraq y otra a Túnez», explica. I. A. M. nació bajo el estatus de refugiado en 1994 en Túnez, un año después de los acuerdos de Oslo que permitieron regresar a muchos palestinos a su tierra. Pero no a su padre, por su vinculación con Yaser Arafat. «Fuimos mi madre, mi hermana y yo y estuvimos cuatro años, hasta 1998. Mi padre siguió en Túnez». Se convirtieron en una familia sin papeles porque al no estar el padre no les daban el DNI y sin este documento «no puedes ni ir a la escuela».

«Mi padre dijo que volviéramos a Túnez y allí he vivido desde 1998 hasta 2018». Siempre como un inmigrante. Con un doble pasaporte de refugiado palestino, el de Líbano y el de Palestina, y la tarjeta de Naciones Unidas que reconoce su origen.

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«Es un pasaporte 0. Los que tienen este número delante es que no tenemos carné de identidad y tenemos menos derechos que los que tienen otro número», relata. Esta situación discriminatoria se debe a la distinción que se hace con los palestinos que marcharon en 1948. «Es un racismo. Nos echan en cara que en el 48 salimos corriendo. Salió mi abuelo. No es mi culpa», lamenta.

«Me duele mucho cuando me dicen: ‘Tú no eres palestino», afirma el joven, que se precia de haber ayudado a estudiantes palestinos recién llegados a Túnez. «Me duele mucho», repite. «Entonces, ¿qué soy?. No soy de Líbano, no soy tunecino, ni nada... Me duele mucho, mucho, mucho».

Durante los años en Túnez solo pudo ir a Líbano de vacaciones a visitar a la familia a Naher Bared, un campo de refugiados palestinos. Fue desolador cuando, en el último viaje, se encontraron con el campo desmantelado. «No queda nada».

«Es muy difícil ser palestino», afirma en un momento de la conversación en la que relata su historia. «Soy de Nazaret y nunca la he visto, no puedo entrar». Esta emblemática ciudad, con una población mayoritariamente musulmana, pertenece al estado de Israel.

I. A. M. prefiere no hacer público su nombre ni aparecer en fotos. Vive solo en León, a donde llegó acogido por Accem el 17 de diciembre de 2019. Un año antes había emprendido el viaje con destino a España vía Marruecos. Cansado de pasar de carrera en carrera para mantener su estatus de refugiado decidió «buscar el futuro en España».

En 2011, año en que terminó el Bachillerato, se matriculó en Multimedia, pero no le gustó y estudió Gestión de Empresas con especialidad en contabilidad. «A partir de los 16 años, la ley de extranjería te obliga a trabajar o estudiar para tener la residencia. También estudié Turismo para sacar los papeles», porque caducan cada poco tiempo. «Sin papeles no puedes comprar la tarjeta del móvil ni abrir una cuenta... No podía trabajar en Túnez ni volver a mi país y decidí salir a España porque tengo amigos».

«Me gusta mucho León, llevo dos años y conozco todo. Cuando llegué y bajé del autobús hacía mucho frío pero sentí algo que me dijo que iba a seguir aquí. Estoy muy contento con el trabajo»

«No podía seguir ilegal en Túnez. Me tenía que apuntar a otra universidad». El 14 de noviembre de 2018 salió hacia Marruecos, donde entró al día siguiente. Llegó hasta Nador, en la frontera con Melilla y allí vivió gasta el 16 de abril de 2019. Intentando pisar tierra española por todos los medios. «Conocí a unos palestinos que me dijeron que estaba difícil entrar por Melilla y me hablaron de salir desde Tánger con una barca. Fui ese mismo mes de diciembre para probar pasar con el barco», relata.

Fue un engaño. «Nos metieron en un autobús, nos dejaron sin luz y amenazados. Me robaron dos móviles, dos mil dólares. Nos dejaron sin nada y acabamos en un calabozo». La parte buena de este episodio es que en «Marruecos nos tratan bien porque somos palestinos». El 30 diciembre decidió regresar a Nador y empezó a probar a entrar en Melilla en bici. La bicicleta es uno de los medios de transporte que usan los marroquíes que pasan la frontera a diario. «Cambié mi ropa, corté mi pelo al estilo de los de Marruecos, pero no lo conseguí. Nos distinguen igual». Para esta operación tenía que pagar 800 euros, pero solo si tenía éxito. «Probé muchas veces y no pude».

«Dormí muchas noches en la calle antes de conseguir la cita para entrar en el sistema de protección internacional; en Alicante trabajé tres meses sin que me pagaran. Aconsejo no trabajar en negro»

El 16 de abril de 2019 le llamó un amigo y llegó hasta la frontera. «Me indicó que tenía que coger un taxi desde la ciudad y cuando llegué y me bajé mi amigo me dijo: ¿Ibrahim, quieres saltar?». Si se decidía a saltar sabía que no podía llevar nada de valor y el dinero bien escondido. Llevaba cuatro meses con el dinero guardado en la planta del pie. «Ibrahim, ¿quieres saltar?», repitió su amigo. Lo decidió en un instante: «Toma el reloj, toma el móvil», le dijo a su amigo. Con un terminal de prepago barato y el dinero guardado en un roll on de Nivea se dispuso a intentar saltar la valla.

«Tiene seis metros de altura. Probé muchas veces. Escalando». Hasta que logró saltar y quedó dentro de la frontera. Le habían dicho que cuando llegara a la puerta de los españoles echara a correr. «Vino una mujer de la policía nacional y me dijo: ‘Tú tranquilo, tranquilo. Dame tu pasaporte. Tienes que ir al Cite», el centro de internamiento temporal para extranjeros.

En el Cite permaneció 29 días, hasta el 15 de mayo. «Me trasladaron a Sevilla el 9 de junio, a través de Cear. Tengo un tío en Bélgica y me decía que fuera con él, que estaría mejor». Dejó todo y se fue a Bélgica. Pero no se encontraba a gusto. «Decidí volver a España, aunque no conocía a nadie». El 19 de agosto llegó a Madrid. Nadie le esperaba. Como había pedido el asilo en España y luego fue a Bélgica perdió la tarjeta roja —acredita como solicitante de asilo— y tuvo que empezar de cero.

«Pasé la noche en la calle y en la oficina de atención al refugiado no me dejan entrar sin cita. Hau que pedirla por internet y había una lista de espera de tres meses por lo menos». El único recurso que le quedó fue acudir a un amigo palestino que había conocido en Marruecos. «Estaba en Alicante. Su tío trabaja en la hostelería y me quedé allí desde agosto hasta noviembre. Pero me pasaba todo el día trabajando y no me daba nada. Me había prometido 400 euros más la comida y el alojamiento. Lo único bueno de esos tres meses es que aprendí español».

El 25 de noviembre le dan cita en Madrid, pero tuvo que dormir muchos días en la calle. Tuvo que esperar tres o cuatro días antes de ser atendido en la OAR. Cuando pudo entrar en el sistema de protección internacional le mandaron a León al centro de acogida de Accem. Era el 17 de diciembre de 2019. Se puso a estudiar español y un curso de cocina hasta que llegó la pandemia,

En junio de 2020 hizo otro curso de ayudante de cocinero y camarero y en abril de 2021 se fue a Alicante a probar suerte con el trabajo. Al mes siguiente regresó a León. Se puso a trabajar con un frutero y en octubre encontró otro empleo en una pizzería. «El mejor trabajo. Durante un mes estuve con la frutería y la pizzería, pero no descansaba y me decanté por la hostelería».

«Estoy contento con mi trabajo y sin problemas». Hasta que hace dos semanas le llegó la denegación de su solicitud de protección internacional. Perdió la tarjeta roja y el derecho a residir y trabajar en España, aunque mientras se resuelve el recurso está cubierto legalmente. Después podrá solicitar residencia por arraigo, pues lleva más de seis meses trabajando y dos años residiendo en España.

Por eso aconseja a todos los extranjeros que «no trabajen en negro. Es mejor cobrar mil euros y legal que 2.000 e ilegal», subraya.

Afortunadamente, asegura, «seguí el consejo que me dio Lourdes de Accem: ‘Ahorra, me dijo’», y tiene razón». La resolución del arraigo se puede demorar dos o tres meses. «Me gusta mucho León, llevo dos años y conozco todo. Cuando llegué y bajé del autobús hacía mucho frío pero sentí algo que me dijo que iba a seguir aquí. Estoy contento con el trabajo». Ahora espera a solucionar el papeleo de una vez por todas.

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