A.M.O.

ESAS eran tus iniciales, con las que firmaste muchas veces en este periódico, cuando no utilizabas tu nombre completo: Alfredo Marcos Oteruelo. Querido Alfredo, pensé llamarte cuando vi en un Filandón de septiembre que habías publicado otro libro de poesía, a la que te entregabas en las horas tranquilas de la jubilación. No te llamé, en ese primer impulso y se me pasó. Se me pasó demasiado, tanto que ya no podré llamarte y por eso te escribo. Ya nunca te podré contar lo que significaste para mí. Fuiste mi primer director en el Diario de León. El periódico del viejo caserón de Pablo Flórez al que llegué el 2 de julio de 1973. Bueno, llegué el día uno, pero no estabas tú en ese momento y me recibió Carlos Bernal quien cometió la travesura de sentarse en el sillón de tu despacho, en el piso de arriba, para decirme que no estabas y que volviera al día siguiente. Qué casualidad, precisamente Carlos Bernal también nos dejó prematuramente hace poco más de dos meses. Cuando fui al día siguiente, me recibiste y aunque no nos conocíamos de nada aceptaste que comenzara las prácticas en tu periódico y así inicié mi etapa aquí, que ya se prolonga más de treinta años. Ese mismo día me hiciste los primeros encargos laborales, que fueron, sin duda, el trabajo más difícil de mi profesión. Pronto me di cuenta de que eras una persona sosegada, sin un ápice de envidia ni engreimiento, siempre dado a buscar el diálogo y la parte buena de todo. Acababas de modernizar el Diario, que había dejado de ser vespertino y cambiaste las linotipias y la rotoplana por el offset. También tenías la redacción más jóven y liberal que se recuerda (Carlos Bernal, Manolo Nicolás, Pedro Trapiello, José Luis Aguado ...) Y allí encajé yo. Cuando volví en Navidad ya no eras el director, aunque seguiste colaborando muchos años. Siempre pusiste la otra mejilla, obviando a los listos que se aprovecharon de ti. Eso llevas ganado ahora que estás en un sitio sin zancadillas. Adiós, Alfredo, y gracias por todo.