Diario de León
TERREMOTO EN PONFERRADA

Destituido el entrenador de la Deportiva, Íñigo Vélez de Mendizábal

Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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No me cuento entre los que sacan pecho por ser español, yo no estoy orgulloso de esta España nuestra (que decía la poetisa) pero es la patria mía y la tengo que aguantar como un hijo decente debe aguantar a una madre, aunque sea alcohólica o drogadicta o despótica o anárquica, o lo que sea. Por eso no me gusta ese restallar de banderas con que suelen obsequiar a los fotógrafos las multitudes convocadas por los partidos de derecha, el próximo de los cuales se anuncia para el domingo, 13 de Junio. Saben los convocantes de sobra que esas exaltaciones de patriotismo son usadas con astucia por la izquierda. La fosforescencias rojigualdas dejan usualmente una secuela letal para los que se escudan en ellas porque no agradan a los que quieren transitar por los senderos del centro, a derecha o izquierda.

Los electores que se sienten partícipes de ese espacio ideológico, (entre los cuales me encuentro) no soportan ese hedor ultra de hispanacionalismo rancio que espanta muy rápido sus intenciones de voto. Así que yerran, una vez más, los jerarcas del partido del albatros o la gaviota, o como quieran, si se apuntan a la manifestadera del domingo, si detrás de ellos dejan irrumpir los flambeos victoriosos de las banderas rojigualdas. Y qué tiene esa bandera para suscitar ese rechazo de los votantes del centro (y por supuesto de la izquierda) Los que sabemos un poco de historia lo sabemos de sobra. Es la bandera de la monarquía Borbona y de la dictadura franquista. Su alternativa la republicana no nos representa y es sinónima de calamidad, aunque sea estéticamente bien bonita. La rojigualda es la que tenemos y no puede disimilar su ácido olor a orines centenarios.

Es una desgracia, lo sé, y no somos capaces de inventar algo nuevo. Los padres de la Carta Magna del 78, que ahora se ponen como emblema de unidad en esa convocatoria de Colón (Unión 78) pudieron hacerlo pero era demasiado atrevido, de aquella. Tenemos que aguantar una bandera que huele a polilla, un himno que se acelera hasta lo irrisorio, sonando como charanga de granaderos borrachos en los éxitos deportivos. Son nuestros símbolos nacionales y no hemos sabido poner otros. Y lo mismo que hacemos con una madre borracha o un padre lunático los aguantamos con paciencia filial y punto. Pero que no nos pidan pavonear con estas reliquias quejumbrosas.

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