Diario de León
Publicado por
Ana López González, oncóloga en el Hospital de León
León

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También era martes. El 1 de septiembre de 1998 tú le escribías en el periódico un homenaje a tu amigo y maestro el Dr. Rivas poco después de su muerte. Hoy soy yo, papá, la que intenta hacer lo mismo contigo, con casi el mismo título, en el día que se cumplen diez años desde que te fuiste. Después de cinco meses pegados al móvil esperando la llamada de la coordinadora de trasplantes, después de un mes pegada a ti en una UVI, después de días y días de malas noticias sin apenas una tregua, después de enfrentarnos a uno de los peores momentos de nuestra vida, después de recorrer la carretera de La Coruña por ese trayecto Majadahonda-León que tantas veces había hecho, después de todo eso, lo peor sin duda fue ver la cara de abuela Mary y sentirme derrotada, fracasada; ella me decía cada día «haz todo lo que puedas hija mía» y yo se lo devolvía sin vida…

Era su primer hijo y el más especial. Desde muy pequeño le gustó el mundo de la Medicina. Mi abuelo, su padre, tenía ciertos conocimientos básicos que compartía con él, les había hecho a sus hijos lo que en el futuro sería un calendario vacunal.

Y llegó el momento. Mamá, papá, yo me quiero ir a la Universidad y estudiar Medicina. Mi abuela tenía una tienda de ultramarinos, una de ésas más o menos pequeña pero donde podías encontrar absolutamente de todo. Mi abuelo trabajaba en el Economato de Cistierna. Tenían tres hijos en total, y que uno de ellos se fuera a la Universidad iba a resultar económicamente muy complicado.

Pero remaron juntos para hacerlo una realidad, la tienda no cerraba ni domingos ni festivos; mi abuelo hacía números una y otra vez; los libros, el colegio mayor, la matrícula. La primera promoción de la Facultad de Medicina de Oviedo y seis años en el Colegio Mayor San Gregorio. Un chico que se escondía en los baños para no tener que ir a jugar al fútbol y poder quedarse a estudiar. Un chico con gafas de pasta que nunca había estudiado ciencias pero que sabía perfectamente la etimología de todas las palabras técnicas a las que se enfrentaba gracias a sus conocimientos de latín y griego.

Con mucho esfuerzo por parte de todos pasaron los seis años de carrera. Desde cuarto tuvo la suerte de poder compartir horas al lado del Doctor Rivas en Cistierna y de aprender las últimas técnicas en Cirugía y Traumatología. En pocos años se había convertido en el Doctor López, el marido de Blanqui y el padre de Marta, la primera de cuatro. Detrás llegamos Laura, Róber y yo. Él quería un niño, menos mal que nació al cuarto embarazo porque me temo que podíamos haber sido un equipo de fútbol…. Tal fue la alegría el día que nació que los médicos de guardia hicieron una fiesta para celebrarlo, todavía no hace mucho me lo contaba alguno de ellos.

El amor y la dedicación por su profesión es indescriptible. En casa sabíamos a qué hora se iba a trabajar pero nunca a qué hora volvía. Podía estar haciendo informes o estudiando, o simplemente charlando con un paciente porque le había visto nervioso por la mañana. Él me dio los mejores consejos para mi vida profesional, y me dan vueltas a la cabeza cada poco. Humildad, humildad y humildad; compañerismo y generosidad; pregunta todo lo que no sepas, es igual de importante saber como saber lo que no sabes; la bata como el fonendo, ni demasiado corto ni demasiado largo; si entras a la habitación de un paciente y tiene el Marca, háblale de fútbol antes de cualquier cosa; nunca tengas prisa; nunca discutas por un paciente, ni por quedártelo ni porque se lo queden otros, hay para todos. Y así podría estar escribiendo varias hojas. Pero probablemente el más importante primun non nocere, importantísimo en mi especialidad, Oncología Médica.

Cuántas veces llamaba a su control de enfermería desde casa, preocupado por un paciente, preguntando si había vuelto a tener fiebre o si había vuelto a vomitar. Cuántas veces fue al hospital en sábados y domingos dando vueltas a un caso o simplemente acompañando a un paciente que lo necesitaba. El equilibrio perfecto entre la profesionalidad y la humanidad. En muchas de esas visitas de fin de semana me dejaba acompañarlo desde bien pequeña. Tendría unos seis u ocho años cuando fuimos a visitar a un conocido con una traqueostomía. Nunca había visto una cosa así, ese chico tosía y le salía mucosidad por la cánula, lo recuerdo perfectamente. Menos mal que se me ocurrió sentarme en una silla. Al salir me dijo, es normal marearse las primeras veces, se te pasará.

Pocos años después falleció el padre de mi tía y fuimos al tanatorio a acompañar a la familia. Después de darles el pésame, me hizo un gesto con la cabeza y desaparecimos juntos. Dentro, estaban colocando el cadáver para pasarlo a la sala. Me enseñó a hacer el reflejo corneal para cuando tuviera que certificar un éxitus. Cuando me di cuenta, se había ido dejándome a solas con el cuerpo muerto.

Como médico internista vivió momentos apasionantes en la Historia de la Medicina, la llegada del sida, la intoxicación por aceite de colza. Aunque para él, cualquier caso era un reto e igual de importante, así fuera un anciano con insuficiencia cardiaca o un brote regional de tularemia.

Recuerdo su cara de orgullo y a la vez de tristeza y probablemente de temor cuando me dejó en el Colegio Mayor Luis Vives en Madrid el día antes de comenzar mis estudios de Medicina. También su voz del otro lado del teléfono cuando le llamé desde la puerta del Ministerio para decirle que había elegido Oncología en Puerta de Hierro. Será duro pero lo harás bien. Siempre creyó en mi, en mis ganas de comerme el mundo y de descubrirlo (poco) con una mochila al hombro. Algo que se me grabó a fuego por lo que significó para mi cuando me lo dijo, si volviera a nacer me encantaría ser como tú.

Igual que hizo él con el Dr. Rivas, desde estudiante de Medicina iba a trabajar con mi padre en mis vacaciones. Me enseñó a hacer una buena historia clínica, una buena exploración y un buen diagnóstico diferencial. Intentaba abrir mis ojos, mis oídos y todos los poros de mi piel porque estaba segura que nunca tendría la oportunidad de trabajar con un Médico como él.

La tranquilidad con la que hablaba y caminaba, con los brazos hacia atrás y una mano agarrando la otra muñeca, transmitía paz, con los demás y consigo mismo. Sus ojos en ocasiones tristes o apagados podían hablar más que su boca. Los documentales de la dos, los partidos del Real Madrid, la naturaleza, los pájaros, José María García en las largas noches, la música de los 60, los libros, la misa en San Isidoro, sus pocos pero buenos amigos, su familia, siempre su familia.

El título de abuelo llegó a colmarlo de satisfacción. Dani apareció en un momento muy difícil de nuestras vidas, alguien lo puso en nuestro camino en el momento ideal. Disfrutaba al verlo gatear por el piso de Pozuelo, o paseándolo por el pasillo hasta que se dormía. Dani creció, papá, ahora es extremo derecha de Las Rozas C.F., el mejor Sanchís del 2020; y le siguieron Marcos, Sofía, Ana e Irene. A veces les oímos hablar de su abuelo Roberto como la estrella que más brilla en el cielo, piensan que cenas sopita sentado en una estrella, o se imaginan que tal vez los romanos te quieren atacar en el cielo. No tuvieron la suerte de conocerte en persona pero están aprendiendo a quererte viviendo de los recuerdos de los demás.

Por paradojas de la vida, en el primer aniversario de su muerte me contrataron a mí en el Hospital de León. El mayor orgullo, cuando alguien me reconoce por el hospital y todavía diez años después me dice, «¿eres la hija del Doctor López?» A lo que siempre contesto, es mi mejor título, mi mejor presentación.

Cumplimos uno de sus sueños, Laura, Róber y yo leímos nuestras tesis mientras Marta nos mandaba todas sus energías, nos ayudamos y apoyamos y cuidamos siempre los unos de los otros tal y como nos pedía sin parar.

En mi mente siempre quedará el gesto en la puerta de los quirófanos, despidiéndonos con una mano, «nos vemos pronto». Nunca más te vi consciente, pero tuvimos la oportunidad de hablar de otras formas durante ese mes en la UVI.

Y termino estas letras de la misma manera en la que tú despedías las tuyas al Dr. Rivas: como médico pertenecía a una «rara especie» que creo desapareció con él, y como persona, merece todo el respeto y compresión. Hasta siempre, querido maestro y amigo. Hasta siempre, papá.

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