Diario de León
Publicado por
Enrique López González. Catedrático de Economía Financiera y Contabilidad de la ULE
León

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La lúcida y algo urticante película Good bye Lenin! es una metáfora que trata de explicar la manipulación de la historia. La situación se desarrolla en Alemania del Este días antes de la caída del Muro de Berlín, donde una mujer, ferviente partidaria del partido comunista, padece un infarto y entra en coma. Cuando despierta, ocho meses después, ya no existe el telón de acero y su hijo urde una fábula para evitar que vuelva a sufrir otro fatal shock, ocultándola que el ideal de sociedad en el que ella creía firmemente se ha desmoronado. Para ello, involucra a todos los que se hayan a su alrededor y levanta una tramoya, un decorado, hasta convertir la vivienda en una isla anclada en el pasado, una especie de museo del socialismo, para que su madre siga creyendo que todo continúa como antes y que nada ha cambiado. Pero la mentira es cada vez más difícil de mantener. El deseo por enlatar aquel ideal en un apartamento familiar provoca situaciones hilarantes.

Lamentablemente, la analogía descrita en este filme con el sistema universitario público resulta casi milimétrica. En la universidad conviven los que nos sitúan en la frontera de lo desconocido y los que nos facultan para una pericia, una formación para ejercer una competencia. Pero el advenimiento de la sociedad del conocimiento ha supuesto un vuelco radical y disruptivo a todo lo anterior. En esta nueva sociedad, los factores tradicionales de producción (tierra, trabajo, capital) pierden importancia frente al conocimiento. De hecho, la gestión del conocimiento y la planta productiva específica que genera se ha convertido en la forma relevante de trabajo en las sociedades avanzadas.

¿Cuánto ha cambiado la universidad en todo este tiempo? Desgraciadamente la Universidad ha cambiado poco pero las cosas han cambiado mucho. Ahora, el futuro no es lo que era ( The future ain’t what it used to be , Jim Steinman). Si la Universidad siempre fue un tránsito singular, de importancia estratégica, en la vida de cualquiera de nosotros, ahora su importancia se ha multiplicado. Son etapas irrepetibles, que no admiten permutas, es imposible cambiarlas por cualquier otro bien. Hablamos de educación, no de pañuelos desechables, ni de camisas o zapatos. El atributo del saber, su impronta, es cada vez, si cabe, más decisivo.

Necesitamos que el sector educativo sirva diligentemente a las expectativas de cada uno de nuestros alumnos, en singular, y a las múltiples encomiendas de la aventura del saber con la que estamos comprometidos. Objetivo y desafío que no podremos superar con el modelo tradicional (el actual). Es estructural y logísticamente imposible y financieramente insostenible. Como muestra… un botón: se estima que existen en el mundo unos 160 millones de estudiantes universitarios, pero dentro de 15 años la previsión más pesimista es que sean 260 millones… ¿seremos capaces de construir dos universidades de treinta mil estudiantes cada semana durante los próximos 14 años? ¿Necesitamos, de verdad, universidades de masas?

Asistimos a la agonía de una forma secular de educar que respondía al viejo paradigma industrial. La educación de masas pertenece a la época de descomunales ejércitos, extensos complejos industriales e intentos masivos de control social. A todos se nos debería caer la cara de vergüenza con un enunciado como el que sigue: si resucitase un cirujano del siglo 19 difícilmente entendería como es un quirófano moderno, se encontraría perdido, mientras que si fuera un profesor no se extrañaría ni un ápice y seguramente podría dar su clase.

Este modelo no sirve. Y el debate no es si el modelo es público o privado. Los dos cobijan en sus entrañas cuantiosos intereses particulares. Que nadie se engañe. El problema, el cierto, es qué (qué enseñar), cómo hacerlo (experimentando o sin experimentar), quién lo enseña (con que experiencia, compromiso y talento), para qué se enseña y, lo decisivo, para quién (en singular) y con qué talento. El actual modelo es un modelo burocrático ciego, insostenible.

Hay que prepararse para ofrecer nuevas soluciones a los nuevos problemas, con nuevas formas activas de aprendizaje. Enfocadas en el estudiante, en su progreso, considerando siempre sus peculiares características. Centradas en aprender haciendo, tocando, experimentando, con inmersión en contextos de tareas, y acompañamiento crítico destinado a construir conocimientos significativos. El nuevo marco de aprendizaje debe ser motivador y altamente conciso, pero con una visión colaborativa e interdisciplinaria; un marco que rompe la vieja taxonomía de saberes y vuelve obsolescente el actual modelo. Sintetizar, metabolizar información nueva, propiciando «inteligencia triunfante» generadora de conocimiento, no es un objetivo fácil. Es imposible y es el caso, con el modelo tradicional. La buena noticia es que son objetivos alcanzables.

Necesitamos una visión común e inspiradora del futuro. Nuestro estatus actual es irrelevante para el futuro. Se precisa algo que por encima de todos los augurios, nos otorgue esperanza y fortalezca nuestra determinación para alcanzar un lugar mejor. La visión de futuro es lo único que ha construido y mantenido las civilizaciones. Las instituciones educativas, encabezadas por la universidad, en su misión colectiva para preparar al pueblo para su futuro, son nuestras principales herramientas para alcanzar dicho futuro. De hecho, la historia de la generación de riqueza, del poder de la humanidad, es la historia del saber, es la historia de la transmisión y elaboración de conocimientos. La organización de un nuevo modelo de educación superior es una tarea estratégica para este inicio del siglo 21 y es un debate que estamos hurtando a la sociedad. Qué proyecto de país queremos y qué lugar ocupa la educación en ese proyecto (a setas o a rolex) es el punto de partida para arrancar un debate que ya iniciamos en tiempo de descuento, pues si la competencia básica del estado moderno era la seguridad y la del estado del bienestar era combatir la pobreza, la competencia prístina de la gobernanza en la sociedad del conocimiento es establecer las bases para un aprovechamiento óptimo del recurso saber.

En estas mismas páginas he reflexionado antes sobre el tópico (véase http://sicodinet.unileon.es/to/), ahora, ante el posible abanto de nuestros próceres, consideré apropiado tratar de impedir que se utilice la crisis actual como cortina de humo de lo que de verdad hay que hacer y hacerlo correctamente. La escasez de recursos no es excusa. Como dejó escrito Ralph Waldo Emerson «cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad». Tic, tac. El futuro es un tiempo verbal imparable. Los problemas que sé severos, derivados del mórbido euro, de la saturada deuda o el déficit y su invocación para retrasar el debate, son pamplinas. E-conomía se escribe con e de e-ducación. Se puede arrancar con menos, pero es suicida permanecer quietos: el suelo es altamente quebradizo.mos, y con urgencia, sabios.

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