Diario de León

TRIBUNA

León, de tumbo en tumbo

Publicado por
CARLOS ANTONIO BOUZA POL
León

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CONCUERDAN los historiadores antiguos en que nuestro esclarecido rey Alfonso V, al ver yerma una ciudad tan grandiosa, como había sido León, capital de su reino, trató de rehacerla de su ruina y de su exterminio, y lo procuró con sumo ahínco y éxito, granjeándose el dictado de repoblador de León. Este hecho dio margen a los escritores modernos para asegurar que la ciudad de León vino a quedar arruinada y yerma desde la invasión de Almanzor. Morales la retrata en estado fatalísimo, hecha un cadáver. Sin embargo, consta en los documentos de aquella época, que vinieron a quedar en pie varias iglesias y gran parte del caserío. Lucas de Tuy dice que el mismo rey Alfonso levantó con barro y ladrillo la iglesia de San Juan (luego derribada y levantada de piedra, consagrada en 1063 Basílica de San Isidoro, reinando Fernando I), trasladando a ella los cadáveres de todos los reyes sepultados en las diferentes iglesias del reino de León y, entre ellos, el de su padre Vermudo II, que yacía en el Monasterio de Villabuena, en El Bierzo, muy cerca de Villafranca. Escribe Pelayo de Oviedo que la era de 1180 año 1142 un resumen sobre la fundación de las cuatro magníficas ciudades de Oviedo, León, Toledo y Zaragoza, atribuyendo la fundación de León al emperador Nerva y a las legiones romanas. Habla luego de la llegada a León de Almanzor y de su hijo Abd el Melek, que arrasaron los torreones y destruyeron de quicio las puertas, en número de cuatro, repartidas por los puntos cardinales de levante, norte, poniente y mediodía. Quedaron con ellas destrozados los tabloncillos de mármol que contenían estampados los nombres de los prefectos romanos, edificadores y pobladores de la ciudad. Yerma quedó León por cinco años tras aquel exterminio, hasta que Alfonso V convocó concilio de los personajes principales del reino, tanto eclesiásticos como seglares, reedificó las cuatro puertas y las cambió de nombre, pues la oriental la llamó del Obispo, la septentrional Postigo, la occidental Cauriense, y la meridional puerta del Arco, pues estaba arqueada y era de piedra. Esta relación de Pelayo, obispo de Oviedo, escrita poco antes de morir, parece digna de crédito excepto en lo que se refiere a los nombres de las puertas y su cronología. Cien años antes de Alfonso, ya se mencionaba la puerta del Obispo. En cuanto a la puerta Cauriense hablan de ella varias actas, en especial una de la era 1016 año 978, en la cual, una monja llamada Leocadia vende a los monjes de San Cosme y San Damián una «corte» que poseía junto a la Iglesia de San Marcelo y la puerta Cauriense. Por tanto, parece claro que los nombres de Pelayo conceptúa impuestos a las puertas por Alfonso V son muy anteriores, y los que les había dado los romanos yacían olvidados mucho antes de la llegada de Almanzor. En lo que no cabe ninguna duda ni desvarío es en el reconocimiento general que merece nuestro rey Alfonso V por realzar y dar brillantez, con destellos de modernidad, a León, a su concilio, a sus Buenos Fueros del año 1020, y que no entiendo en base a qué algunos historiadores modernos se empeñan en situarlo en el año 1017. Permítame el lector referirme aquí a mi libro picotazos liberales, recientemente publicado, donde hay algunos artículos periodísticos que abordan este crucial asunto, y otros muchos de la historia de León y de sus reyes, que hasta ahora no han tenido contestación. Nuestro rey Alfonso V, con su esposa la reina Jeloira (Elvira), asistido por todos los obispos, abades y grandes del reino, al intento de convenir y plantear las leyes para lo venidero, tanto en el reino de León como en Asturias y en Galicia, convocó concilio y cortes. Varían los autores en cuanto a la fecha, pues los unos lo traen año 1012, y los otros al 1020, aquellos en el 25 de julio y estos en el 1.º de agosto. La equivocación, según escribe un eminente historiador del siglo XIX, procede toda de la colocación de un punto. En vez de Era MLVIII Kal. Augusti, esto es, el primero de agosto de la era 1058, año 1020; han escrito o leído algunos Era MLVIII Kal. Augusti, 25 de julio de la era 1050, que corresponde a 1012, y de ahí resulta todo el desvío. Pero un manuscrito de la Biblioteca de Madrid clava la fecha verdadera en la era de 158, lo que debería despejar cualquier controversia. Véase también a Sandoval en su crónica del emperador Alfonso VII, p. 176. También Lucas de Tuy trae la misma fecha, y no especificando las calendas, no tiene cabida el yerro. Así, sin equivocación posible, lo entendieron y acordaron todos los ilustres leoneses que el 1.º de agosto de 1920 celebraron el noveno centenario de sus fueros, de los Fueros de León. Estos esclarecidos leoneses fueron: Don José Álvarez Miranda, Obispo de León; don Antonio Serra Orts, gobernador militar; don Eduardo Rosón López, gobernador civil; don Julio Fernández y Fernández Núñez, presidente de la Diputación; don Mariano Andrés Lescún, alcalde de León; don José González Fernández, arcipreste de la Catedral; don Bernardo Zapico, diputado a Cortes; don Mariano Santos del trigo, comisario regio de la Escuela Pericial de Comercio; don Félix Argüello Vigil, diputado provincial; don Publio Suárez, presidente del Ateneo Leonés; don Miguel Castaño Quiñónez, director de La Democracia ; don José Pinto Maestro, director de El Porvenir de León ; Don Antolín Gutiérrez Cuñado, director de El Diario de León; don Miguel Bravo Guarida, delegado Regio de Bellas Artes; don Antonio Gullón del Río, magistrado del Tribunal Supremo; don Álvaro Saavedra y Magdalena; don Federico Echevarría; don Manuel Gullón y García Prieto, de Astorga; don Antonio Pérez Crespo, de La Bañeza; don José López y López, de Ponferrada; don Mariano Molleda y Garcés, de Riaño; don Luis Belaunde y Costa, de Villafranca; don Fernando Merino, conde de Sagasta, de La Vecilla; don Juan Barriobero y Armas, barón de Río Tovía, de Sahún; don Mariano Alonso Castrillo, marqués de Casa-Jiménez, de Valencia de Don Juan. También el Obispo de Astorga don Antonio Senso Lázaro; don José Rodríguez Martínez, presidente de la Audiencia Provincial; don José F. Ladreda y Solís, delegado de Hacienda; don Antonio de Balbuena; don Marcelo Macías, el padre Migues, don León Martín Granizo; el gran pintor don Demetrio Monteserín, de Villafranca; don Álvaro López Núñez, don Adolfo A. Manrique, alcalde de Astorga; don Ildefonso Abastos, alcalde de La Bañeza; en fin, multitud de personajes y gentes importantes de la capital y de toda la provincia que en el año 1920 se volcaron en el homenaje y la celebración del noveno centenario de los Buenos Fueros de León. ¿Por qué, ahora, se empeñan algunos historiadores en corregir a nuestros ilustres antepasados llevándoles la contraria, tachándolos de ignorantes, situando los hechos en el año 1017? ¿Cuándo celebraremos el décimo centenario o milenio de estos nuestros famosos Fueros, en el 2017 o en el 2020? El que esto escribe cree entender que la historia, más o menos real, más o menos inventada, siempre ha ido dando tumbos a través de los tiempos y de las circunstancias, a veces con sabiduría, otras con imaginación, no pocas con ignorancia, pero casi nunca de manera gratuita, altruista e imparcial. En cualquier caso, se debería respetar a quienes no leen la historia en nuestros mismos libros, ni beben en nuestras mismas fuentes. Respétense los tumbos de las catedrales, monasterios, iglesias, y concejos, donde se asientan tantos privilegios y escrituras de pertenencias y poderes, pero, hágase libre de prejuicios, de dogmas, de ideas preconcebidas que pretendan rendir la historia a nuestros pies y a nuestros coyunturales intereses políticos. Dice un refrán leonés: «Más vale tumbo de olla que abrazo de moza». Más yo, que soy poeta, me inclino mucho más por los abrazos que por la comida (sobre todo si la moza es berciana y de Ponferrada), pues primero deben ser los cariños y luego, cuando ya no se cumpla bien, a reponer fuerzas y a seguir dando tumbos. Acabo, amigos lectores, miro por la ventana hacia la Candamia y veo un cielo ahíto de grandes nubes que amenazan con «españar» en tumultuosa lluvia, dejo de escribir y a la bartola me tumbo.

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