Diario de León
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Me llamó la atención, cuando leí que la construcción de un puente en la Francia medieval fue puesta por sus promotores bajo el patrocinio del Espíritu Santo.

En esa época de finales del siglo XII se respiran nuevos aires de libertad y en toda Europa ocurre un extraordinario despertar del comercio. Cobran entonces suma importancia los caminos, esenciales para facilitar la libertad de movimientos, cuando los obstáculos naturales, y entre ellos los ríos, la coartaban; (y recordemos que ese es también el tiempo en que comienzan las peregrinaciones a Santiago). Se explica que quienes ya vivían en núcleos urbanos y no dispersos por los campos se agruparan en cofradías religiosas para lograr fines, como el tan importante de la construcción de puentes. Estas eran llamadas con tanta propiedad como redundancia «cofradías de los hermanos pontífices» y a una de ellas pertenecían los constructores del puente que decía. Construir un puente se entiende así una conquista en ese camino de la libertad de movimientos y comunicación. Nada extraño tiene por tanto que en la construcción se invocara el auspicio de ese Espíritu, sinónimo de libertad, según San Pablo.

Los puentes dibujan una suerte de punto de sutura en el fondo de los valles para cerrar las grietas que separan y son reflejo de una historia general y unas historias concretas y particulares. Pero aquella es muy amplia y la sentimos lejana, de modo que hablemos de estas otras. A grandes obstáculos, grandes y robustos puentes hechos en piedra, en las asimismo grandes vías de comunicación. A los pequeños obstáculos correspondían pequeños y más bien precarios puentes de madera, troncos de roble o castaño y sobre ellos ramas gruesas y también terrones, que se renovaban todos los años, suficientes para facilitar los trabajos de los campesinos, porque acortaban las distancias, integrando así el territorio de esos trabajos en procura de manutención.

Tenían también otra inesperada misión escondida en el ámbito de las tradiciones y creencias populares del territorio cabreirés. Cuando una vaca no quedaba preñada, el dueño echaba mano de un último recurso plasmado en un ritual sencillo: apenas notara la vaca en celo, seguía un recorrido en el que necesariamente debía atravesar tres puentes. Y la condición era que el final del recorrido tenía que llegar antes de que el sol diera en las cumbres. Después ya podía llevar la vaca al toro con garantías de preñez. Esos tres puentes están también en otra tradición, pero en este caso para pedir la curación del niño enfermo. La madre, pues, con el niño en brazos atravesaba en su camino tres puentes. No había, como en la otra, un tiempo específico establecido, pero añadía este detalle: en cada uno de ellos lanzaba unas piedras al agua, pero al curioso modo de lanzar a un lado, mirando hacia el contrario.

Los puentes dibujan una suerte de punto de sutura en el fondo de los valles para cerrar las grietas que separan y son reflejo de una historia general y unas historias concretas y particulares

Los puentes que atravesaban eran los humildes y precarios puentecillos de madera sobre los arroyos de los valles donde tenían las fincas. En algunos pueblos podía coincidir alguno de los otros, grandes y antiguos hechos en piedra, cinco o seis en toda Cabrera. Destaca entre todos el de Nogar. Es un puente de arco muy abierto, cuyo origen sobrepasa los tiempos medievales para remontarse a época romana. Pero además ofrece en el centro del pretil izquierdo (entrando desde la carretera) un detalle único en toda Cabrera, como es la extraña figura rectangular que lo preside, hecha en piedra de grano con unas líneas geométricas en la cara frontal. Hace mucho tiempo ya que de la figura original apenas queda la mitad, suficiente para hacerse una idea de la totalidad, que se suele interpretar como figura de tipo religioso, una especie de consagración o voto a la divinidad del agua, si es que el trazo ondulante de su atrevido vuelo constituye una violación de la divina corriente. Cerca y con el mismo probable origen se hallan el de Ambasaguas sobre el río Santa Eulalia y el de Robledo sobre el Cabrera. Ya en la desembocadura está el de Puente de Domingo Flórez. En la Cabrera Alta está el puente de Sapos en Truchas, sobre el Eria. Seguramente posteriores son en la cabecera uno de La Baña y ya cerca del final el de Pombriego.

Mencionemos en fin el puente de la herrería de Llamas sobre el Cabrera, único de los grandes que no era de piedra, en el camino valle arriba del Úlver o Silván. Fue hecho hacia finales del XIX con grandes vigas de roble y castaño sobre dos pilastras de piedra bien labrada, obra de gran ingenio en su cálculo de fuerzas con todas sus piezas (vigas, puntales oblicuos salidos de las pilastras, apoyos transversales de las vigas, barandillas) unidas con tirantes y abrazaderas de hierro. A mediados de los años 70 del pasado siglo se construyó un puente de cemento para la nueva carretera y este quedó para paso de peatones, en medio de un progresivo olvido y abandono. A primeros de diciembre de 2002, pocos meses después de culminada su restauración, una crecida del río, alimentado por una lluvia insistente y la nieve derretida, socavó el pilar izquierdo y se lo llevó. Quedó el derecho con un garabato de troncos desencajados y rotos colgando. De entre todos los puentes que habitan mi recuerdo este es el más emocionante para un recorrido por una trinidad salvadora de la que ya nunca volverá a formar parte.

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