Diario de León

Los pueblos abandonados… y los mayores y el virus

Publicado por
Manuel Arias Blanco, profesor jubilado de Secundaria
León

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Ahora que está de moda ensalzar la vida rural por eso de que da pena que el país se vacíe, viene a cuento ponderar la serie de El Pueblo . Nos hacen ver cómo se puede rehabilitar el abandono de tanto espacio a poco que el ingenio y las buenas costumbres nos iluminen. Y lo digo básicamente por la recuperación de un léxico olvidado, aunque arraigado en la gente mayor. Un léxico y una utilización de la gramática en toda su extensión. Cabe destacar en este sentido el frecuente uso del futuro de subjuntivo, casi enterrado por todos nosotros.

Tal vez, este tipo de series pueda hacer reflexionar a muchos mandatarios y nos refresquen la memoria de muchos vocablos desterrados. Será el tiempo quien dé o quite razones, pero merece la pena afanarse en la recopilación de palabras que han servido de hilo conversacional durante muchas generaciones. El regusto por este diccionario tradicional aviva la convivencia y enciende los recuerdos más recónditos. Echamos la vista atrás y reaccionamos ante este toque de atención que algunos guionistas han puesto en el candelero.

No otra cosa hacen los investigadores del lenguaje por esos pueblos de Dios que se van vaciando y muriendo a marchas forzadas. Nadie puede parar este deterioro, a no ser que echemos la vista atrás y aprendamos la lección de nuestros antepasados. No es incompatible el avance tecnológico con la riqueza léxica heredada. En todo caso, ese vocabulario sui generis será el barómetro de cada pueblo o región que nos enriquecerá y cambiará a medida que lo conozcamos y lo utilicemos. Será el distintivo de esas zonas que no en vano han hecho historia más o menos callada.

Merece la pena afanarse en la recopilación de palabras que han servido de hilo conversacional durante muchas generaciones

Y nada mejor que un buen recuento de algunas voces que nos sobrecogen y nos aferran al terruño de la infancia. Por eso, no resultaría extraño que para «enfadarse» utilizáramos enfolliscarse; para «quedarse», aporronarse; para «asomarse», abocicarse; para «destrozo», estrapalucio; para «apocado», amuñao; para «hinchado», abotinchao; para «tropezar», esmorrar… Es un corto ejemplo de esta serie de la televisión. De ahí la gran importancia de que haya personas que recojan estas voces, generalmente de gente mayor, en diccionarios aparte. No otra cosa hacen José Luis Alonso Ponga, Mauro Rollán, Morala Rodríguez… y yo mismo —en menor medida—, entre otros. De estos trabajos se surtirán después los grandes diccionarios o incluso las series que toman un cariz un tanto popular, como es el caso de El Pueblo .

No podemos echar en saco roto la experiencia y sabiduría de nuestros mayores, porque basta que nos asomemos un poco a esos pozos de sabiduría para que la pesca sea segura y valiosa. Ellos son la fuente más viva del vocabulario más inesperado. Son diccionarios andantes que debemos trasladar al papel para que nada se escape cuando falten. Después, otros estudiarán estos textos y harán un léxico nuevo con sabor a rancio. Saboreo que no debe faltar en ninguna casa que se precie. Estos textos bien hilvanados serán los futuros libros de enseñanza en las distintas poblaciones.

Lo mismo que luchamos por afianzar una determinada tradición, sobre todo si ayuda a conocer mejor la identidad de un pueblo, tendremos que hacerlo con este ingente vocabulario que vive en la memoria de los mayores y que se nos puede escapar irremisiblemente. Por respeto y tradición. La cultura se apoya en lo anterior para que los pasos que demos pisen con firmeza el suelo trazado por nuestros antepasados. Conocer el lenguaje es entrar en la cabeza de nuestro linaje con la certeza de que nadie nos legará más que ellos.

Por eso y por muchas cosas más es un delito que dejemos morir a nuestros mayores, donde se encuentra un caudal ingente de voces y tradiciones que todavía no han pasado a la mano de los investigadores. No dejemos morir así como así a esta generación de gente que ya padeció la posguerra y ahora, con el coronavirus, parece que es centro de exterminio. Por humanidad y por lo mucho que aún les queda por legarnos a quienes nos hemos molestado en rescatar ese pequeño tesoro escondido en sus venas.

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