Diario de León

Semblanza de una gran ciudad: sabor de siglos

Publicado por
José Joaquín Sebrango Briz
León

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La Legión VII Gémina se asentó en la confluencia de los ríos Bernesga y Torío y daba origen, en el último tercio del siglo I, a una de las más monumentales, cultas y bellas capitales españolas: León.

Si aún no conoces esa tierra y un día decides visitarla, te llevarás una y cien sorpresas. ¡Te lo aseguro! Ha conocido veinte siglos de historia, de transformaciones, de dolores y de gozo. Fue Corte y paso de peregrinos, engendró leyes e hizo que se cumplieran. Y, por si fuera poco, tuvo en San Isidoro, una fuente esplendorosa que la inundó de cultura y se desbordó a raudales a toda Castilla, llenándola también de la sapiencia taumaturga. Y todo esto no pasa en balde, deja su poso y su rancio sabor a cosas buenas; y a León se le nota, y se le nota a flor de piel, sin complicaciones ni embrollos. Su clase, su matiz señorial, su sensibilidad y su distinción se percibe en todo, en su forma de ser, de pensar, y hasta en la de vestir. ¡Que ya es difícil!

Quizá te sorprenda, como a mí, lo bien hecha que está la ciudad. Los leoneses han sabido conjugar estupendamente lo antiguo y lo moderno, para crear esa maravilla. Es elegante, discreta, limpia y razonablemente procura extenderse más a lo ancho que a lo alto, como si fuera celosa en no ocultar el azul purísimo de su cielo o el espectáculo prodigioso de sus atardeceres, cuando el sol se pone precisamente en la dirección por donde iban en busca de la Luz los peregrinos de Santiago y donde tiene su trono la Guía de los caminantes, la Patrona del Reino, el valor más sagrado de las devociones de los leoneses: La Virgen del Camino.

Es una ciudad milenaria. Las evoluciones del arte han dejado en ella muestras de primera calidad que hoy se nos antojan símbolos mudos de la reciedumbre de su tierra y de sus gentes

Es una ciudad milenaria. Las evoluciones del arte han dejado en ella muestras de primera calidad que hoy se nos antojan símbolos mudos de la reciedumbre de su tierra y de sus gentes. Sobre las ruinas de un templo dedicado a San Juan Bautista, arrasado por Almanzor, surgió una de las más impresionantes muestras del románico español: La Real Colegiata de San Isidoro. La inició Alfonso V y la concluyó, en la mitad del siglo XII, el Emperador Alfonso VII. Las efigies de San Isidoro y San Pelayo enmarcan la entrada principal de este monumento majestuoso, de piedra limpia, donde están los primeros capiteles decorados con escenas evangélicas, un Panteón donde reposan veintitrés cuerpos reales, y unas bóvedas que recogen en su arrogancia una de las mejores colecciones murales de Europa, constituyendo la llamada «Capilla Sixtina» del Románico Español. San Isidoro es pura austeridad pétrea, con sabor de historia, de hidalguía, de espiritualidad y de cultura, donde te turbará más el silencio que la luz, el recuerdo que el espectáculo.

Pero sigamos adelante; no lejos de la Real Colegiata, sobre un solar que fue terma romana y después palacio, emerge esplendorosamente bella la Catedral, joya gótica, muestra continua y señera de alabanza a Dios, en tono de la mejor sinfonía de luz y de color. Apunta al cielo rápida, sin estremecerse en recovecos pétreos y. sus vidrieras, únicas, la inundan de luz a borbotones para que las piedras tengan engarce y para que no falten a la plegaria notas alegres de esperanza. Es un verdadero equilibrio arquitectónico con un crucero severo y sencillo, como fue el Sacrificio que representa y un ábside, tal y como debe ser, para que nada sobre. Encontrarás tallas de Juan de Juni, Pedro de Mena y de Gregorio Fernández dando lustre a las capillas catedralicias, como si ya de por sí no tuvieran esplendor suficiente bajo la esbeltez de las tres naves principales. Visita el Museo y detente un momento en el coro porque merece la pena. En el Archivo se guarda el pergamino más antiguo de España: una escritura del rey Salo por la que cedía a dos presbíteros y a dos conversos unas tierras para construir un cenobio. Si puedes, al atardecer, vuelve, para no perderte el espectáculo majestuoso de ver a la Pulchra Leonina recortarse nítida, como es, sobre el cielo puro precisamente cuando el primer plano se ha alegrado con las luces artificiales que logran de las vidrieras una maravillosa ascua multicolor. Llévate el recuerdo de ese prodigio y la seguridad de que no lo volverás a ver igualado en ninguna parte.

En el otro extremo nos espera dando espaldarazo a la ciudad y para terminar este reportaje, el Hostal de San Marcos. El Renacimiento quiso quedarse bien representado en León y, en el año 1513, la Orden de Santiago dispuso levantar esa muestra eterna del buen gusto, para el mejor fin. Seguramente te llamará la atención la fachada plateresca y quizás llegues hasta ver el claustro renacentista, pero es probable que el nuevo giro que ha tomado la existencia del antiguo San Marcos te absorba y no sigas. Lo que fue hospital de peregrinos, prisión de Quevedo y últimamente cuartel de Caballería, se convirtió de la noche a la mañana en el mejor Hotel de Europa.

Así somos y de este modo León seguirá por siempre constituyendo pausa feliz en los peregrinajes que los nuevos tiempos han traído a los pueblos.

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