Diario de León

Un tumor maligno recorre la biosfera

Publicado por
Rogelio Blanco. Ensayista
León

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La biósfera es la capa envolvente de la diosa Gaia (la Tierra), patrona de la ecología. Esta capa está compuesta por la atmósfera, la hidrosfera y la tierra o suelo, componentes ecosistemáticos interdependientes. Y estos componentes se hallan habitados y ocupados por seres vivos e inertes a la vez que mantienen interrelaciones múltiples y poliédricas; conforman una red de necesidades e interconexiones mutuas. La flor y el fruto y la abeja, el oxígeno y la vida, las algas luminarias que producen el yodo necesario para que la glándula tiroides proporcione las hormonas que regulan el metabolismo de los humanos o los anaerobios que habitan en el intestino, precisos para digerir los alimentos, etcétera, etcétera, son algunos ejemplos que explican una homeostasis macerada tras miles de siglos.

Pero este ecosistema se encuentra amenazado debido a la acidez de la atmósfera, el incremento de la salinidad del mar o de la temperatura, por la pérdida de la capa de oxígeno y otra vez se incorporan al discurso múltiples etcéteras amenazantes contra la vida dentro de la capa de la biosfera.

Los datos que con rigor ya se disponen indican la tendencia paulatina hacia la ruptura de la citada homeostasis, del equilibrio fraguado. La interacción aire, tierra y agua no es una casualidad, pues se trata de un organismo vivo, inmenso, poliforme, autorregulativo y frágil. La fragilidad que surge donde abunda inmensa riqueza. Este sistema rico y frágil, la biosfera, se halla gravemente amenazado y de continuo en alerta, ya que sobre su estructura se actúa con uso desmedido, con abuso.

Los seres humanos (humanes o primates) han de corregir la vanidad ególatra y el solipsismo que les caracteriza, el perverso narcisismo crisolhedonista

Tal es el diagnóstico dado con reiteración. Existe un causante: el ser humano (el humán). Este habitante, por otra parte, inevitablemente necesita de la biósfera, de ella depende —al igual que el resto de seres vivos— y a la vez la destruye. Este morador es la especie que realiza el diagnóstico a la vez que causa la enfermedad. Es médico y es paciente. ¡¡Una ironía!! Se ha convertido en un melanoma extenso e intenso que cada vez más se expande, y ya sin lentitud, destruyendo su tejido mientras da alaridos de dolor y avisos de los riesgos reiteradamente. Y el médico prosigue diagnosticando a la vez que el enfermo en manifiesto llanto refleja su fragilidad.

Los seres humanos (los humanes), habitante superiores o primates, los primeros o principales, se enmarañan con los contenidos de la biósfera, sean vivos o inertes; usan y abusan de las cosas e incluso de sí mismo. Se entienden con dificultad con la realidad circundante. Con frecuencia, pisa y pesa sobre cuanto existe y también sobre los propios congéneres (M. Zambrano). El humán es el cáncer y, ¡¡oh grandeza!!, también el remedio.

Ante esta situación se puede invocar la mirada empírica de Hume acerca de la necesidad de amarse a uno mismo, en primer lugar, y, en segundo, activar la necesaria com-pasión (cum padecere) o empatía hacia los demás y hacia lo otro. Razón: por necesidad de autoconservación. Los seres humanos (humanes o primates) han de corregir la vanidad ególatra y el solipsismo que les caracteriza, el perverso narcisismo crisolhedonista; han de dar cauce a lo que etimológicamente expresa su nombre de hombre: humán derivado del término latino humus=tierra e intentar, por su salvación, activar una mirada atenta y humilde —también deriva de humus— hacia Gaia (la Tierra).

Tras el diagnóstico sigue un pronóstico amenazante que obliga a la elección del modo de ubicarse en la biosfera: eudonómico (adecuado y feliz) o cacotanásico (mal final). Estamos a tiempo. Se conoce la situación, hay diagnóstico y pronóstico. Conocemos el espacio —un pequeño planeta, una canica en el universo, que de continuo y tontamente gira— pero se acorta el tiempo mientras se multiplican las células cancerosas hacia la destrucción o cacotanasia; quizá, según los expertos, solo sobrevivirán los seres más ínfimos en tamaño: bacterias y virus. Recién nos ha llegado uno, el covid-19, para que, con poco esfuerzo y mucha sorpresa, al esplendoroso rey de la creación (el humán) lo hayan encerrado en la cueva. Un ejemplo de futuros etcéteras previsibles, pero tras llegar la amenaza del virus y de llevar al citado rey —más bien mendigo— a los ínferos, a los espacios de la humildad —también deriva de humus— este ¿habrá aprendido la lección? ¿Será capaz de recoger los contenidos advenidos y desde su orden sensorial e intelectual internalizarlos y transformarlos en conocimientos, de leerlos con atención y humildad? Y el rey, además, si lograra la cota de buen lector de la situación, tal lectura deviene en el compromiso que exige lo bien aprendido. Y este compromiso no sólo es el de reconocer y actuar sobre situación cancerosa sino también activarse contra los pseudoprofetas, pseudocientíficos y fundamentalistas, que se niegan a leer toda vez que este virus y otras alteraciones ecológicas catastróficas no serán las últimas. Y Gaia seguirá dando muestras de dolor frente al maltrato si este se perpetúa.

Ya en el reconocido como primer libro de la humanidad, Gilgamesh, se relata cómo este príncipe y el héroe Enaku acuden a matar al guardián de El bosque de los cedros, creyendo que era el causante de todos los males sin reconocer que el verdadero monstruo habita dentro de ellos mismos: el egoísmo. La vanidad y sus simulacros embriagan, el humán precisa descubrir que es el tumor maligno y la medicina. Llegados a la situación actual queda como alternativa o la conjura de los humanes, tras el diagnóstico, o se avanzará hacia un final terminal para cuantos seres habitan en la morada de la diosa Gaia; mas esta no se merece un final ominoso tras mostrase tantos años como el hogar acogedor; máxime para quienes más la han disfrutado, los humanes, que aun siendo los primeros primates no disponen del derecho exclusivo de cerrar el futuro ni a sus congéneres ni a los otros moradores de la biósfera.

La vanidad alcanza, inunda y destruye cuando elige egoístamente y con exclusiva a disponer de todo cuanto hay. La cantidad de agua existente es limitada, la explotación del suelo y la explosión demográfica tienen límites; en este orden, cada pocos años, y el ciclo cada vez es más corto, llegan a Gaia un millar de millones de nuevos consumidores que se muestran con más exigencias y logran forrarla con más cemento y más cuero humano (B. Russell).

¿El humán tiene derecho a diseminar esta carcoma sobre un espacio compartido? Llegarán los discursos falsarios cargados de simulacros. Amenazan los caballeros del Apocalipsis antes de la cacotanasia fatal en forma de miseria y pobreza, destrucción y enfermedad, infecciones que asolan los hormigueros humanos, también conflictos y crisis migratoria. Tras el reconocido diagnóstico la posología no ha de llegar de la providencia divina ni de los visionarios, sino desde el análisis y el compromiso que subyacen en la racionalidad, medicina de los humanos, que ha de mostrase humilde, mirando con intensidad y desinteresadamente a Gaia, a cuanto acoge y cuanto antes.

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