Diario de León
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al trasluz eduardo aguirre
León

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Cada familia tiene su propia historia de fantasmas. La mía, también. En 1966 fue filmada una película sobre una novela de mi padre, El Bordón y la Estrella, que transcurría en el Camino de Santiago, aunque se rodó casi toda ella en Villafranca del Bierzo. En mi casa jamás la vimos, porque no llegó a estrenarse, salvo en esta localidad leonesa, como homenaje a la generosa participación en la misma de sus habitantes. El otro día, di un respingo al comunicarme un amigo que el Musac la anunciaba entre sus proyecciones de verano, para el 7 de agosto. ¡Por fin iba a poder materializarse nuestro ectoplasma familiar! ¡La leyenda doméstica era cierta! Pero todo mi gozo en un pozo. En el último momento, la película no ha aparecido, según me confirmó el coordinador del ciclo, un tanto desconcertado con el misterio. Le aclaré: «No la hay. Tras aquel preestreno la productora fue embargada por deudas pasadas y la película, que dirigía León Klimovsky, nunca llegó a estrenarse. Con ese nombre estaba predestinado a dirigirla, y eso que era argentino. Y película que fue y nunca vimos, porque ni estaba ni se la esperaba, se convirtió en nuestra historia familiar de fantasmas. Esto del Musac ha sido solo otra vuelta de tuerca, que diría Henry James. No acudió al «Si estás ahí, manifiéstate». No hay rastros, ni en la Filmoteca, solo el cartel y el programa de mano, además de algún reportaje de la época y recuerdos fotográficos compartidos en las redes.

Hace años el villafranquino Juan Carlos Mestre me habló, en su casa de Madrid, del impacto que tuvo en sus vidas aquel rodaje, puro realismo mágico. No quedan copias, pero el fantasma haylo. Quién sabe, quizá en el otro mundo haya cine. Y hasta palomitas.

Sí, todas las familias tenemos nuestra propia historia de fantasmas, de los que no dan miedo sino que sirven para recordarnos que todos los reveses son relativos cuando puede ser salvados por el amor en un hogar. O sea, lector villafranquino, si tiene algún recuerdo de aquella película llámeme y nos intercambiamos una de fantasma. «Según mi abuelo podía comerse diez botillos él solo, ¿cuenta como fantasmada?», preguntará ese amigo berciano que todos tenemos. Únicamente si asegura que, además, mojaba pan y repetía postre.

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