LAS BARRIADAS DEL CARBÓN
El poblado que nació a la sombra de la montaña negra
Las calles no tienen nombre en la barriada de Compostilla, que Endesa construyó hace tres cuartos de siglo para alojar a ingenieros, directivos y algunos de sus trabajadores, convertida hoy en la Ciudad Jardín de Ponferrada
Sobre una pequeña meseta de viñedos, a la sombra de una montaña de carbón en aumento, en la ruta del Camino de Santiago y muy cerca de la segunda central térmica recién construida en Ponferrada. Así surgió hace tres cuartos de siglo uno de los poblados vinculados al mundo de la energía más singulares de España. Un lugar donde las calles no tienen nombre, las avenidas se llaman con números, como en Nueva York, pero las casas son bajas; chalets de granito unifamiliares, pareados o adosados, en función del estatus jerárquico que sus moradores tenían en la nueva Empresa Nacional de Electricidad (Endesa) que había nacido en 1944 en la capital del Bierzo, y rodeados de árboles.
Es el poblado de Compostilla, una cuadrícula diseñada a partir del modelo de Ciudad Jardín que se terminó de edificar en 1951 con 105 viviendas, con una ermita de inspiración románica, colegio, una plaza central que tuvo bar, economato, carnicería y frutería, una escuela de aprendices, cuartelillo de la Guardia Civil y largas avenidas arboladas donde un niño que hoy tiene 66 años fue feliz mientras su padre trabajaba como ingeniero técnico en las obras civiles de Endesa. Tres cuartos de siglo después, el bar es distinto, en las antiguas oficinas de Obra Civil hay una biblioteca cedida al Ayuntamiento, como todo el poblado, el economato está cerrado, la carnicería y la frutería son viviendas, la ermita sigue siendo una parroquia dedicada a la Virgen de Compostilla, a la vera del Camino de Santiago, pero hace muchos años que José Joaquín González-Zabaleta, el niño que guía este reportaje, se hizo mayor y dejó de vivir allí. «Esto es mi paraíso perdido, si pudiera volver, lo haría con los ojos cerrados, pero no tengo trescientos mil euros que ahora te piden por una vivienda aquí», le cuenta al periodista antes de emprender un paseo estival por el poblado más envidiado del carbón en el Bierzo.
Tres años duró la construcción del poblado de Compostilla con granito traído de Montearenas y viviendas con todos los servicios —lujos para la época— de las casas modernas. En el chalet pareado que se encuentra en el arranque de la Tercera Avenida, en una residencia familiar de categoría media cedida a su padre «por un ingeniero que le tenía estima, García de Sola», nació en 1956 José Joaquín González-Zabaleta, único varón entre seis niñas. Jota , como le gusta que le llamen, fue niño en el poblado allá por los años cincuenta y sesenta y eso significa que jugaba con una cuadrilla enorme de chiquillos por toda la barriada sin preocuparse de los coches. Que disfrutaba de las verbenas del 18 de julio, cuando encalaban los troncos de los árboles para dar lustre al poblado, fascinado por la música y por el bullicio de la gente.
Y cuando tuvo bicicleta, la montaña negra que crecía a espaldas del poblado, la enorme escombrera que llenaba de carbonilla toda la ciudad cuando se levantaba el viento, se convirtió en un imán para el pelotón de chavales de Compostilla. «Recuerdo las broncas que me echaba mi padre porque el suelo se podía hundir por un corrimiento de escorias. Subíamos a lo alto de la montaña y luego la bajábamos haciendo el cafre. Jugábamos con una libertad tremenda». Quizá por eso, su padre acabaría escribiendo un libro, Manual de Prevención Infantil y Juvenil, publicado con gran éxito por la editorial Everest con consejos para evitar accidentes domésticos y donde Jota aparece incluso en alguna fotografía.
En la montaña de carbón nunca le pasó nada. Pero Jota no se ha olvidado del día en que explotó un transformador en el parque de alta tensión de la vecina central térmica de Endesa que Franco había inaugurado en julio 1949 — el día en que los últimos guerrilleros quisieron y no se atrevieron a atentar contra el dictador — y se levantó una columna de fuego «de veinte metros de altura». Jota, el niño Jota, jugaba por allí y salió a la carrera camino del refugio de su casa.
Su padre Gerardo y su madre Carmen Fernández Herrero, una pareja de Mieres que llegó a Ponferrada en 1946 atraída por la prosperidad de Endesa, vivieron en esa casa de la Tercera Avenida hasta la jubilación. Gerardo González-Zabaleta había venido a la ciudad con 22 años, un día de lluvia, para trabajar en el montaje de la térmica y en diez años vio cómo el pueblo grande que era Ponferrada se convertía en una verdadera ciudad. Y el poblado de Compostilla era de los mejores barrios.
González-Zabaleta se jubiló a principios de los noventa. Y tuvo que dejar el chalet pareado de la Tercera Avenida a otro trabajador de Endesa en activo. Jota no ha dejado de lamentarse porque poco después, la eléctrica, ya en retirada, ofreció a los inquilinos de sus viviendas la posibilidad de comprarlas. «Un trabajador que llevaba poco tiempo en Endesa la pudo comprar y mi padre, que estuvo 45 años en la empresa no tuvo opción».
Con el nuevo siglo, Endesa cedió la iglesia al Obispado —un icono del barrio es la estatua de la Virgen de Compostilla junto al ábside— y los viales al Ayuntamiento de Ponferrada , algo que genera malestar entre el vecindario. «Esto está abandonado, ni siquiera nos han puesto aceras», se queja, en un alto en el paseo, José Antonio Fernández, que trabajó como electricista en Endesa entre 1973 y 2005.
«Venir ahora hasta aquí es un paseo que hago a menudo con mis dos hijas. Antes parecía que estuviéramos en el fin del mundo», asegura Jota. Y el paseo no puede terminar en otro lugar mejor que en la antigua nave de calderas y turbinas de la que fue térmica de Compostilla, convertida hoy en la sala del Fuego Verde que aloja a los helechos del Carbonífero de La Térmica Cultural. «Yo fui el aparejador de esa obra entre 2010 y 2012», le cuenta Jota al periodista, orgulloso de que el tiempo le haya dado la oportunidad de trabajar en lo mismo y en el mismo lugar donde lo hizo su padre.
Tres años para edificar 105 viviendas
Construido entre 1948 y 1951, el poblado de Endesa en Compostilla —llamado así por la Compostela del Camino de Santiago que lo atraviesa— fue un proyecto de los arquitectos madrileños Francisco Bellosillo García y Juan Bautista Esquer de la Torre, según recuerda el historiador Vicente Fernández en su libro Ponferrada artística y monumental . Las obras coincidieron durante unos meses con la construcción de la térmica de Compostilla I, donde habían llegado a trabajar un centenar de penados; presos políticos y delincuentes comunes que en los años más áridos de la posguerra redimían así parte de su condena. Y la central tuvo su poblado.
«Endesa —escribía en un artículo publicado ya en 2006 José Joaquín González-Zabaleta, el adulto convertido en aparejador— adoptó el modelo socioeconómico de la MSP, trufado de maternalismo con sus trabajadores. Levantó su propio poblado salpicado de chalés ajardinados para ingenieros y directivos, edificios de recreo social, economato y hasta una pequeña iglesia pseudorománica a base de granito. Además, a falta de mano de obra especializada, creó su propia escuela de aprendices». Y esta semana Jota recordaba la gracia con la que respondía su padre a quienes le preguntaban por ‘la iglesia románica’ de Compostilla. «¿Cómo que románica, si la hice yo?», cuenta su hijo, el niño que con los años se dedicaría a lo mismo.