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COSAS DE AQUÍ

Veinte maneras de nombrar la nieve

La lingüista Margarita Álvarez, autora del libro ‘El habla tradicional de la Omaña Baja’ dedica uno de sus últimos artículos a la asombrosa riqueza del vocabulario empleado en la comarca para referirse al invierno

Una niña juega con un camión y la nieve en la zona peatonal del Bernesga

Publicado por
E. GANCEDO | LEÓN
León

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Los términos que empleaba Margarita Álvarez en la entrevista mantenida hace cinco años con este periódico a propósito de la presentación de su libro El habla tradicional de la Omaña Baja ya daban idea de sus querencias y sus nostalgias: «Muchas veces comí llosco, mantigones, peras morgas, manzanas royas... esparcí la hierba de los marallos, hice torcas o liviaos». Álvarez, natural de Paladín y afincada en Madrid, es profesora veterana de Lengua y Literatura pero también una infatigable rastreadora de palabras leonesas, uno de cuyos estudios, el ya citado libro, constituye un pequeño clásico que no puede faltar en ningún hogar de su comarca natal.

Pero otra de sus creaciones llega periódicamente, vía autopista de la información, a cualquier persona que se asome a su blog ‘La recolusa de Mar’, donde vuelca variadas reflexiones, investigaciones y hallazgos, y su última entrada, Palabras de nieve, viene como anillo al dedo en estos días de lumbre y cocina. El artículo recuerda uno de los capítulos de un viejo librito con muchos aspectos aprovechables, El dialecto leonés y el nombre de las cosas, donde Eugenio Miguélez desplegaba el abanico de campos semánticos tan ricos en lo que respecta al dominio lingüístico leonés como el ganado vacuno, con sus tipologías, mataduras y cornamentas y, por supuesto, la nieve.

Es lugar común decir que los esquimales tienen más palabras para designar la nieve que ningún otro pueblo del mundo. En León no se llega a tanto pero ahí le anda, y no es raro; cada pueblo ‘crea’ términos en función de la necesidad de nombrar las cosas de su entorno. Veamos cómo lo ambienta Margarita: «Hace frío. El día está nublado, suspenso… está de nieve. Pronto empiezan a caer unas farraspinas (fallaspinas, falaspinas). Parece que no va a cuajar, incluso deja de nevar un rato. Era solo un turbón. De vez en cuando llegan nuevas torbas. El día sigue escuchón. A la caída de la tarde comienza a nevar con fuerza. Ahora caen falampos, grandes copos de nieve, suaves, silenciosos, que dificultan la visión del paisaje. La nieve es seca, fallusca, así que se avecina una buena nevada. No es el momento de seguir albentestate». Y continúa: «Cuando a la mañana siguiente se mira por la ventana, se ve que todo está cubierto por una nevada de varios centímetros, a veces una auténtica nevadona. El paisaje parece que se ha cubierto también con ese cobertor de lana con que nos abrigamos en la cama, pero su blanco es más restroluciente». «La nieve cubre las madreñas y no se puede salir con ellas a la calle, porque quedarían atolladas y enturadas en la nieve. Hay que armarse de botas y de pala y, espalando, espalando, ir abriendo una buelga, un estrecho sendero donde quepan nuestras madreñas para poder afullancar a través de la nieve y así salir al exterior o comunicar las distintas estancias del corral».

«Si los días siguientes están blandos, la nieve se derretirá pronto, pero si son muy fríos y caen fuertes pelonas, la nieve permanecerá mucho tiempo y se formarán trabes y resbaletes por las calles y los tejados se adornarán con esos transparentes carámbanos o chupiteles que reverberan al sol». «Y si la pelona se acompaña de bufina del norte, la friura arfía la cara y nos pueden aparecer empiñas. Hay que protegerse con una buena bufanda o con los mantones o tapabocas de otra época». Va culminando: «Cuando la nieve está muy seca hay que enterrentar la fallusca para que desaparezca antes, pues con la tierra encima se derrite más rápidamente. Los que no tienen miedo al frío aprovechan para apellocar con bolas de nieve bien apretadas con las manos… Manos que se quedan entumecidas por el frío, que se combate echándoles el aliento».

Y dedica este prestoso artículo a Miguel de Omaña... y asimismo «a todos los montañeses que contemplan la belleza de la nieve pero sufren también sus inconvenientes, porque siguen y siguen espalando».

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