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León

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Tras el paso de ese vendaval francés que dejó una huella imborrable en esta ciudad de natural afable y hospitalaria, llegaron otros tiempos más pacíficos y los regidores locales pensaron, mientras corría el año 1835, en crear un «ámbito de paseo» para el encuentro y la charla entre los ciudadanos. Y sobre el ángulo sur de la muralla, de cara al orgulloso Monte Teleno, se decidió según acuerdo municipal del 23 de abril de 1835 la alineación del llamado jardín de la Sinagoga. Un apelativo que nos remite de inmediato a la importante colonia judía que hubo en el pasado en la capital maragata. Durante siglos existió en este lugar un prospero y vitalista barrio hebreo que contaba con su propia sinagoga, e incluso una torre romana cuyos cimientos permanecen enterrados bajo el jardín de la Sinagoga y su prolongación en el paseo, para cuya construcción en el siglo XIX se tuvieron que rebajar unos cuantos metros del muro. Pero el esfuerzo mereció la pena, a la vista de este romántico y apacible enclave que también ostentó, en otro tiempo, las denominaciones de San Francisco y Alfonso XIII. En cuanto al paseo de las Murallas, que se extendía en el pasado hasta el magnífico y ya desaparecido palacio de los Marqueses de Astorga, está configurado como una impresionante atalaya hacia el entorno que rodea y cobija a la población. La tradición afirma que el insigne Ramón y Cajal, de paso por la ciudad, afirmaría que «no existe en el mundo paseo más higiénico ni más bello que éste de la muralla de Astorga». En el mismo sentido, el escritor local Inocencio Ares comenta: «Pasear por la muralla es disfrutar sin trabas para la vista, permitiendo saltar desde Manjarín hasta el Alto de la Muñeca».

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