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LA SEMANA POLÍTICA

A Zapatero le crecen los enanos

El ex lendakari Carlos Garaicoetxea cree que el ciclo de ETA está agotado

Publicado por
CAMPO VIDAL | texto
León

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El mito de la buena estrella del presidente declina. Al am­paro de su inesperada victoria en el Congreso del PSOE, que aún le duele a Bono y, más tarde, en las elecciones del 14 de marzo, que aún le revienta a Aznar, se escribió la leyenda de que el mejor aliado de ZP era la buena suerte. Ya se va viendo que no. Primero fue lo de ETA. Mien­tras unos apoyaban el proceso porque ansían volver a casa, otros se desmarcaron con un bombazo en la T4 que acabó con la vida de dos ecuatorianos y, de paso, con la esperanza de todos. Pasará tiempo hasta que se den de nuevo condiciones para el diálogo. Quizá hasta que Rajoy, o cualquier otro conservador, gobierne y haga lo mismo que todos los presi­dentes, de su partido, de UCD o del PSOE, que le precedieron. Después, lo de los jueces. No pierden ocasión de poner las cosas difíciles a cualquier po­sibilidad de templanza en cues­tión tan delicada como ésta. Si sobre la prisión atenuada de De Juana Chaos hubieran decidido sólo los tres magistrados que les correspondía, el asesino en serie estaría ahora recluido en casa. Coincide la mayoría en que eso resultaría indignante porque sólo habría cumplido dieciocho años de prisión por veinticinco muertes de inocen­tes. Pero eso es lo que decía la ley. A base de pasar de miles de años de condena a sólo treinta, y de treinta a la reducción de pena habitual, salen dieciocho. Ya cumplidos. Para que no saliera hubo que condenarlo a doce años por escribir dos artí­culos. Ahí está el problema: tra­tar de compensar un desatino con una desmesura. El etarra contraatacó con una huelga de hambre al límite y de nuevo se ha forzado la ley llevando su caso a un pleno de magistrados que ha decidido -doce contra cuatro- que nada de prisión atenuada. Un ex magistrado, al que los terroristas le producen manifiesta repulsión, comenta, sin embargo, a Diario de León: «Lo que estamos viendo es lo más parecido a un golpe de Estado técnico». Garaikoetxea, ex lendakari, califica algunas de las últimas decisiones judicia­les como «torpedos al intento de salir de un conflicto al que hay que encontrarle un final digno dado que el ciclo de ETA, a mi juicio, está agotado.» La segunda parte llegará esta semana. El que está en la cuer­da floja es el mismísimo lenda­kari Ibarretxe, encausado por haberse reunido con Arnaldo Otegi, dirigente de la ilegal Ba­tasuna. Ibarretxe saca pecho y esta semana lo ha vuelto a re­cibir, aunque para compensar se reunió al día siguiente con víctimas del terrorismo. Balta­sar Garzón ya se ha adelantado a suavizar las cosas proponien­do una especie de guía jurídica para tratar a personajes como Otegi, aberzales pertenecientes a una organización ilegal. Y después de ETA y los jue­ces, a ZP le crecen los militares. Qué ingratitud. Que se recuer­de, no ha habido mayor subida de salarios en los ejércitos que la propuesta por el ministro José Antonio Alonso y ahora es cuando el descontento es mayor. O al menos lo parece. «Cuando la derecha no subía los salarios, no se escuchaba una mosca, al menos en los medios, y ahora mira lo que pasa», destaca un diputado socialista de la Comisión de Defensa. Y hasta la Guardia Civil anda revuelta, harta del régimen militar del cuerpo que, a veces, habilita situaciones un tanto estrambóticas en el siglo XXI, como arrestos excesivos, etc. Con ese cuadro escénico tan incómodo, Zapatero tiene que gobernar y no consigue que todo lo que le va bien, que es mucho, aparezca en los telediarios. Léase la economía, que es de las que se comporta mejor en Europa. O las leyes sociales que suponen avances históricos, como la Ley de De­pendencia. Nadie ha explicado suficientemente la revolución que supone. El ministro Alon­so pone un ejemplo a La Voz: «Hay gente que todas las tardes de su vida está ocupada en cui­dar a su madre, o a un familiar enfermo, y esta ley le permitirá que se libere de esa esclavitud.» Ese ejemplo se puede multipli­car por dos millones, que es el número de personas al que beneficiará. Pero el aparato informativo de Zapatero no logra vender la idea a los que hacen reportajes. En ese cruce de caminos entre unas cosas que le van bien y no se cuentan, y otras que van mal y se comen los ti­tulares, el presidente, cuando se le pregunta, como hizo este periódico, se encomienda «al sentido común de la gente que creo que siempre se da cuenta de lo que está pasando y sabe actuar en consecuencia». Su apariencia es tranquila, salvo en los días inmediatos a la bomba de Barajas cuando se recluyó en Doñana, quizá para hacerse a la idea de que su buena suerte se había esfumado. Entretanto ha reaparecido Aznar en San Sebastián com­parando la posición política de Zapatero con la que Cham­berlain tuvo ante Hitler. No hay como tener tiempo para leer libros con ganas de re­buscar citas para ofender. Las gentes del PP consultadas no son felices con estas abruptas reapariciones de Aznar. Aun­que normalmente hable bien de Mariano, cualquier día se le va mano. Y bastantes pro­blemas tiene ya el presidente del PP para encontrar el tono de oposición adecuado -que contente a sus bases pero no ahuyente a los votantes de cen­tro- y para pacificar la guerra civil popular valenciana. El espectáculo de las huestes residuales de Zaplana, en ba­talla abierta con las de Camps por el control de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, ha exigido que Rajoy se retratara. Camps gana, Zaplana pierde. Pero aún no hay armisticio.

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