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El Gobierno quiere una sociedad crítica, que entienda el concepto de la biodiversidad; este fin de semana, un oso le explicó a una mujer asturiana un curso entero sobre las variables ambientales, la teoría y la práctica, que resulta imposible de aplicar en la Castellana, porque al lado de los ministerios no se cruza el ursus arctos con humanos que se atreven a dar una paseo al lado de su casa. Otro reto para el legislador sobre la moqueta con vistas al mirador del Pardo; regular con tramos horarios la interacción con el entorno. Evitar las garras de las bestias igual que los pobres sorteamos el peso del ceodós en el calor de la factura de la luz; horas valle, horas llano, horas pico. Una hora para pisar por donde el oso, el lobo y el urogallo, como hay una hora tierna para planchar sin comprometer las tres comidas diarias de la prole. Queda un parque temático que te vas. A estas alturas de semana, la Unión Europea, ya ha podido darse por enterada de que la lana que suelta para proteger a una especie compromete las políticas contra la despoblación que alienta con otra línea financiera. Que sopla y sorbe a la vez en esta latitud que, pongamos, comienza en la línea del eje subcantábrico, donde el asfalto hace de lápida para el mayor enterramiento de fondos de cohesión que se destinaron a León, y la astura transmontana. Matan más las avispas que las garras de oso; ya hay un relato a medida de la inquietud social que late bajo el ataque del plantígrado, al que no se puede capturar porque el concepto de agresividad que maneja no se ajusta a la literalidad de la ley que lo protege. Quién iba a pensar que el oso acabaría por morder la mano que le da de comer, en contra de los desvelos por que no hiciera ostentación de la riqueza que le procura el arma legislativa. Los osos amorosos dan garrotazos que, en el mejor de los casos, te envían a cirugía maxilofacial del Huca; se conoce que en el concepto agresivo que maneja la Real Academia hay celdillas semánticas que no admiten el significado y las consecuencias de arrastrar por el suelo mientras salta por los aires la cadera y se deshace la pelvis. La autoridad levanta acta sobre evidencias de una laguna de sangre, y no es de oso. Y en Ibias, ya están como en Canadá. El oso del Narcea acaba de liquidar de un manotazo veinte años de lírica financiada por Bruselas. Matan más las avispas que los osos. Sí. Pero las avispas no tienen fundaciones.

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