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La a veces imperceptible fluencia del tiempo, que tiene sus espacios generacionales, nos hace perder múltiples referencias. Suele ser lenta la transformación, pero no cesa. Inexorable y universal. Una tienda que cambia decoración y contenidos, un vecino al que hace tiempo que no ves y, cuando preguntas, te dicen que…, un rincón que servía de escenario para la tertulia que ha sido liquidado en beneficio de nuevas estéticas, el quiosco de periódicos y revistas convertido en escaparate de una nueva telefonía, la mercería clásica que se traspasa por jubilación y no encuentra quien la arriende, el paseo largo por la ciudad de rostros ya prácticamente desconocidos… Suma y sigue. Pero los bares, ay, los bares.

La fisonomía de los bares, esos lugares de culto en tantos casos y ocasiones, los transforma de manera irremediable. No digo si para bien, mal o regular, que esa es otra canción. Salvando las terrazas, más aún si hay parques infantiles cercanos, uno tiene la impresión de que se convierten más en lugares de tránsito, de consumición rápida y de impersonalidad afectiva. Ya se sabe que toda generalización es injusta. Pero eso me parece la tendencia frente a un concepto que también está asistiendo a las últimas. O las penúltimas.

Por razones fundamentalmente generacionales, los espacios en que se desarrollaron buena parte de las actividades de quienes ya no cumplen los setenta, vinculados o arraigados de manera sustantiva a la idea de barrio, es fácil que hayan encontrado entonces un bar como prolongación de los espacios estrictamente familiares. Te conocían por el nombre, no preguntaban qué tomabas según la hora, se interesaban por la familia en caso de las anomalías propias de la vida…

Es verdad que en estos casos uno se sentía a gusto, sobre todo por la idea de compartir, ya que la clientela tenía siempre dispuestos los lazos de la familiaridad: un partido, una conversación sin prisas, una permanente puesta a punto del acontecer de la vecindad, abrigo colgado en una percha para la sintonía de la comodidad. O una barra de pan, o media, si las tiendas estaban ya cerradas, o la participación del pote propio si andabas de rodríguez y no buscabas más que una cómoda alternativa… Mil historias, mil razones, mil afectos.

Hoy, cuando los calores empiezan a cotizar al alza, pienso en una pérdida más, al menos para buena parte de mi generación. No es un lamento, sí una constatación, con algo de nostalgia. La cadena se desgasta con lentitud, pero se desgasta.

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