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Maribel Pérez Alfaro era una literata incipiente en los años 40 del siglo XX en León. Así figura citada por Alfonso García en el Filandón de Diario de León junto a Manuel Llamazares y Paco Pérez Herrero como creadores del premio Ceranda de Oro. En los años 60, ya madre de sus dos hijas, Cristina y Teresa Jular Pérez-Alfaro, se convirtió en un faro de la enseñanza de francés con sus clases particulares en el barrio de San Claudio, el popular barrio italiano donde la cultura y los bares hacían equipo con el ambiente universitario que giraba en torno a la Facultad de Veterinaria y las escuelas de Comercio y Minas.

Maribel no solo enseñaba francés. Abría las puertas aire fresco de la literatura europea y de teóricas feministas como Simone de Beauvoir cuyo nombre se empezó a hacer familiar para las jóvenes que acudían a sus clases a pesar de la férrea censura y la estrechez de miras de la dictadura.

Todo esto ocurría en la sombra bajo la que tantas mujeres han hecho grandes aportaciones a la humanidad y a la sociedad de su tiempo. Maribel participó en las luchas antifranquistas poniendo el cuerpo en la batalla cotidiana y el nombre en los manifiestos que reclamaban libertad e incluso justicia para aquellos jóvenes del 68 leonés que pasaron más tiempo entre rejas que el que fueron condenados después de un consejo de guerra. Entre ellos estaba su hermano Carlos. Me recibió en el salón de su casa de Luis de Sosa, rodeada de libros y fetiches. Me escrutó y final mente me dio la llave para abrir ese capítulo que me conmovió como pocos. Unos jóvenes detenidos por unos panfletos a los que se rifaron el TOP (Tribunal de Orden Público) y un Consejo de Guerra militar... En 1976 fue una de las primeras mujeres junto con Azucena González Coronado, Margarita Martínez Trapiello y Carmen Serrano, en adherirse al comunicado de los ‘32 políticos de la oposición’ que pedían agilizar la democracia junto a Gamoneda, Jular, David López Valdueza y otros muchos.

Ayer iba escribir sobre el Legado de las Mujeres, asociación que visibiliza a las mujeres en la Educación Secundaria, donde solo son protagonistas del 7% de los contenidos. Escuchaba a Ana López Navajas, promotora del proyecto europeo al que se han sumado varios centros salmantinos, cuando supe que Isabel Pérez Alfaro había muerto la mañana de San Juan. No me imaginaba que tuviera 89 años, quizá porque la belleza de su juventud quedó perenne en su rostro y en su mirada privada de vista —un golpe duro para una lectora empedernida— y porque pese al paso de los años siguió siendo una mujer adelantada a su tiempo, independiente y libre de la vejez estereotipada. Una mujer que vivió las mieles y las hieles de la  rive gauche  de una pequeña ciudad que ella se agrandó con libros y curiosidad. Libre hasta su último suspiro.

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