Diario de León

Alberto Flecha

Una tela de arañas

Tela de araña, 2013. DAVID CAMPOS.

Tela de araña, 2013. DAVID CAMPOS.

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Quizás es que haya un orden en todas las cosas. Hasta en lo más menudo; hasta en la más invisible composición del átomo o en la caótica forma de un vidrio quebrado. No lo sé. El caso es que mirábamos la tela de araña congelada desde el otro lado del cristal y pensábamos en una razón oculta. Algo tenía que gobernar la disposición de esa cadencia de hilos, esa distribución de los hielos. Esa forma de ajustarse a un ritmo y a un espacio.

¡Mira! Me dijo mientras sacaba uno de los tomos de la biblioteca y lo abría cuidadosamente sobre la mesa, junto a la ventana. Las ilustraciones eran bellísimas: unos grabados de aire decimonónico que se columpiaban entre la ilustración zoológica y el manual de dibujo técnico. Me señaló la caracola. ¿Ves? Y me hizo ver la proporción áurea, la secuencia de Fibonacci trazando áreas y figuras, la disposición de los pétalos de una margarita, el giro del disco solar y, en las pipas de un girasol dibujado a plumilla, una nube casi infinita de fractales. Hasta a la impredecible formación de una tormenta de granizo podemos aplicar la teoría del caos, me dijo cerrando el libro de nuevo entre sus manos.

¿Y no hay nada que se resista? Se me ocurrió preguntarle. Por supuesto que sí: ¡nosotros! Piensa en la elipse de la rotación y traslación de los planetas, y piensa en su inercia inquebrantable. Piensa en la sucesión del día y de la noche, la luna y el sol. Piensa en la sucesión de las estaciones, piensa en el invierno que nos acosa ahí fuera, en el frío que escarcha las ramas y la tela de esa araña. Y así como lo piensas, recuerda también que nosotros hicimos la hoguera en los solsticios, la fiesta, el ágape, la cena de las fechas navideñas. ¿Has visto? Dijo señalando al otro lado de la ventana. Ahora llega el carnaval. Alguien enciende un fuego en medio del invierno y grita y canta y asusta y baila, que no hay que bajar la cabeza ante el destino irremediable de la muerte.

Volví a mirar hacia la ventana. La tela de araña congelada, la araña muerta, tal vez dormida. Puede que estuviese esperando la llegada del calor para despertar. Dentro, una torre de libros en una estantería. Mi amigo terminaba de atarse las botas, la pantalla de mi ordenador en blanco. Se puso el abrigo y salió fuera a buscar leña. La chimenea se apagaba. Y yo, dejando la vista de la ventana, me disponía a escribir estas líneas que ahora tú estás leyendo.

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