Diario de León

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Pedir perdón es un acto admirable y ejemplar. Exige humildad por parte de quien considera haber cometido un error y lo reconoce ante quien se haya sentido ofendido. Aceptarlo es un acto muy generoso. Ambas posturas entran dentro de los parámetros de la aceptación, el reconocimiento, la cordialidad y la disposición positiva del espíritu.

La petición de perdón, y la concesión, si se produce, forman parte de una escena podríamos decir, que pertenecen al ámbito personal, de la privacidad, y, si me apuran, íntimo. Hoy, sin embargo, los voceros que se erigen en dirigentes de las conductas humanas levantan la voz —mejor, dan voces— exigiendo de quien se tercie y por la razón que les dé la real gana, pedir perdón. Pedir perdón o dimisión. Pedir perdón o defenestración. Esta tendencia, que se repite ya casi como un mantra, conduce a los deseados por algunos, temidos por la mayoría, dirigismos morales. Frente al reto de la ética cordial, está la de quien se ampara bajo «la ética del Estado soy yo», que ya sabemos muy bien a qué conduce. Hay que tener cierta responsabilidad al menos frente a los principios éticos, en buena parte suplantados por otra jerarquización alterna, lo que hace cada día más confusa la estructura social.

Hay actividades que traspasan todos los límites al intentar convertirse en la voz de las decisiones ajenas, en la medida de la conducta de los ciudadanos, a los que quieren desnudar —metafóricamente, claro— «ante toda España», como alguno de estos sectores pregona y presume. ¿La España cañí, o la machadiana que ha de helarte el corazón?

Es bueno, a mi juicio, valorar el contenido de la palabra perdón, una de las más hermosas de la lengua. Y su proyección en múltiples contextos, con ligeras variantes que no se alejan de la idea esencial. Y es que tiene, además, un valor terapéutico al incrementar la confianza en uno mismo y poner barreras al rencor, siempre elemento que entorpece. Dicen que el perdón llega a aliviar el dolor; de ahí quizá venga lo de quitarse un peso de encima. Vivir ligeros de equipaje, como subrayaba Machado, y de pesos interiores, es siempre una buena fórmula para encarar la vida. Pedir perdón tiene argumentos de peso para ello, aunque suene a música fuera de las fronteras conocidas.

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