Diario de León

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Es bien sabido que tenemos como sociedad cierta tendencia a poner etiquetas a todo. Es como si por el simple hecho de que no la tuvieran, dejasen de existir. En el colegio nos enseñaron a que todo, absolutamente todo, tenía un nombre y con esa intención de aprender la esencia de los sustantivos, crecimos convencidos de que no hay nada que no se llame algo. Y fuimos sumando años y experiencias acostumbrados a referirnos a cada cosa por la palabra correspondiente que la defina de alguna manera. Y entendimos que lo desconocido merece el mismo trato para hacerlo digno, así que corremos a ponerle una palabra con la que podamos señalarlo y que pase así a formar parte de nuestro universo cotidiano, transformándolo en ‘normal’. Y todo lo que seguimos sin conocer o simplemente nos resulta poco frecuente también tiene su propia etiqueta: raro. Así es el mundo, dual: normal versus raro. 

Llamamos raro a lo que entendemos como poco frecuente. Ahí están, por ejemplo, las enfermedades raras, una especie de cajón desastre al que van a parar aquellas dolencias poco o nada conocidas como la que padece el leonés Alberto García, que le ha llevado a protagonizar un caso que podría ser compatible con la enfermedad de Lafora, extremadamente inusual. Son casos raros, pero igual o más importantes que los que no lo son, precisamente por eso, porque necesitan alzar voz para ser escuchados, recibir la atención que merecen y empezar a dejar de serlo. Aunque haya pocas personas que sufran una enfermedad eso no las hace menos importantes, si no todo lo contrario. Aquí sí que hace falta normalizar. 

Raro sería lo contrario, permitir que algo desconocido o que no nos suena a cotidiano siga siéndolo. Raro es señalar con el dedo a quienes se salen de lo establecido, al que piensa diferente. Raro es juzgar continuamente pese a ser una costumbre tóxica, raro es que se ensalce a quienes maltratan a otros como costumbre, raro es pasarse el día haciendo cosas hasta caer extenuado y raro, también, es mantener hábitos que, por el simple hecho de resultarnos conocidos, se mantengan a pesar de ser ridículos e injustos, como pagar sueldos vitalicios porque sí. Eso sí que es raro.

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