Diario de León

Antonio Manilla

La sociedad miope

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Parafraseando a Julio Camba, uno podría decir que nuestro tiempo tiende a sustituir la charla con la televisión, el pensamiento con el gimnasio y la civilización con la informática. Es de tan amplio espectro el estupefaciente televisivo, que nuestra vida está casi colonizada por sus gurús mediáticos y el valor de las cosas se mide en minutos de plasma. Con toda esa barumba constante y cada vez mejor envuelta, sabemos más del concursante en calzoncillos en una isla remota que de nuestro vecino de escalera. También los que no somos especialmente forofos o esclavos de la pequeña pantalla, pues, como predijo el filósofo Gustavo Bueno, los ecos de televisión han terminado por sustituir a los ecos de sociedad. Leyendo su periódico, aunque no quiera, se entera al instante hasta de la biografía y las últimas hazañas de la semidesnuda y pizpireta presentadora que da las uvas. El medio es el mensaje, dijo McLuhan, al que conviene recordar en estos tiempos en que el miedo es el mensaje.

En la televisión, esa máquina de entretenimiento casi perfecta, cabe todo. Con la curva desmandada, los minutos preapocalípticos de los presuntos expertos son legión, Uno, integrista en nada, no predica el anacoretismo visual, sino la puesta a dieta y en entredicho respecto a la información enlatada, la cultura media, los espectáculos de masas. Propongo que, aunque es más fácil deglutir un telediario con sus faltas ortográficas en las faldillas que leer un artículo científico, una serie que una novela y un concurso de presuntos talentos que un concierto, intentemos mantener un criterio, al menos en lo cultural. Que recordemos, más allá del plus de veracidad que siempre sugiere la imagen, por ejemplo, que el diario y la radio son las gafas para leer la vida, lo que ocurre en el entorno, adquirir el enfoque preciso para juzgar con criterios sólidos cuanto acontece a nuestro alrededor y en el mundo.

La sociedad miope —sostenía Ricardo Menéndez Salmón en su novela El corrector — es aquella en la que, la mayoría de sus miembros, tienen al televisor como «mediador con lo que sucede». Y ahí estamos: hemos llegado a un punto en el que lo que no aparece en la pequeña pantalla es como si no existiera, se antoja invisible. El simulacro de realidad que nos sirven, precocinado y masticado para su mejor deglución masiva, es solo una parte de la realidad. Hay otros mundos y están en este.

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