Diario de León

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En Zahara de los Atunes, provincia de Cádiz, alguien ha tenido la ocurrencia de rociar la playa con lejía para desinfectar la arena. Sucedió el pasado sábado. La entidad local del municipio de Barbate quería que la costa estuviera limpia de coronavirus cuando al día siguiente los niños salieran de sus casas, acompañados por un adulto, por primera vez en mes y medio de confinamiento. Así que llevó un tractor a la playa y esparció mil litros de agua con una disolución de dos por ciento de lejía. La idea, ha escrito más de un periodista, es digna de Donald Trump, el inevitable presidente de los Estados Unidos, que hace unos días se preguntaba si sería posible inyectar desinfectante en los pulmones.

Lo de Zahara de los Atunes, con el tractor fumigador avanzando sobre la playa como por un campo de cultivo, podría parecer una noticia falsa de libro. Uno de esos bulos que pululan sin control por las redes sociales, convertidas más que nunca en un estercolero de odios, para desplazar al vecindario de Lepe en el ranking los chistes más populares. Pero es cierto. A estas horas, ese dos por ciento de lejía se ha mezclado con el mar, arrastrado por las olas, con el evidente riesgo de contaminar la costa. Y el responsable de la entidad local autónoma, compungido, admite su error y declara que está dispuesto a asumir la multa.

La ocurrencia de Zahara de los Atunes contrasta con la genialidad de nuestros paisanos de Burón, en los Picos de Europa, donde el alcalde ha emitido un bando para recomendar el uso del calzado más «familiar, humilde, práctico, limpio, higiénico y ahora también preventivo»; las madreñas de toda la vida, tan comunes en los pueblos de montaña. Abarcas de madera para caminar sobre el barro y la nieve, para no pisar charcos, que se dejaban a la puerta de las casas.

Y es una idea genial, sí, para evitar que el Covid-19 se cuele al otro lado de la puerta y de paso servir de «homenaje a la sabiduría y buen hacer de nuestros antepasados, que también vivieron épocas de enfermedades», dice el bando de Porfirio Díez. Porque esa parece una de las grandes lecciones de esta pandemia que se ceba con las ciudades; las virtudes del campo. La España vacía, que tanto nos preocupaba hasta hace poco, tiene los días contados.

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