Diario de León

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Alguien que vivió en Tremor de Arriba cuando la mina estaba en todo su esplendor me cuenta en redes sociales que aquello era como un pueblo minero de las películas del Oeste, pero en vez de oro se extraía carbón. Los treinta bares repartidos por sus calles hacían buena la frase que hoy adorna el reloj solar que mide las horas en el muro de contención de la ladera que desciende hasta la plaza de la Libertad; «Al salir del tajo eres alegría».

Tenía Tremor de Arriba un cine donde se proyectaban películas que ya habían pasado sus días de gloria en la cartelera. Hasta allí no llegaban los estrenos. Y contaba también con un salón de baile donde las mujeres esperaban a que los mozos las sacaran a la pista y dos discotecas más modernas. El último ‘bar musical’ que funcionó a la entrada del pueblo todavía tiene puesto el nombre en un cartel: ‘Ángel y Demonio’, se lee. Y eso fue el carbón para la cuenca del río Tremor.

Llegar hasta allí no era fácil. Se echaba todo el día y no siempre había coche de línea. Y la carretera, sinuosa como una culebra, se convertía en una trampa cuando aparecía de frente un camión de antracita.

Milagros García Olano, la fotógrafa de Bembibre que de vez en cuando emplea el poblado en ruinas de Albares-Estación como escenario para sus reportajes de boda, recuerda los bares, la discoteca, el cura de Tremor, «que tenía una marcha impresionante», y un alcalde, Laudino García, al que votaba todo el mundo.

«Todo el dinero que movió Tremor y no hay ni un cajero», me decía la semana pasada su sucesor, Alider Presa. También está cerrado el comercio de César Melcón, que vendía de todo. Y el autoservicio que regentaron durante un tiempo César Mato y Vicky Touceda, el yerno y la hija de Gerardo; el cantero gallego que llegó en 1957 para construir los bloques de viviendas mineras y se hizo barrenista.

Pero en Tremor de Arriba hay un latido que no se detiene. No es el de la mina, que ya ha desaparecido. Es el de la gente que todavía vive en la cuenca, el de los que han comprado una segunda vivienda en los bloques mineros, y el de Vicente Crespo, el propietario del último bar abierto en el pueblo. «Mientras yo esté activo, Tremor no se queda sin bar, pero el jefe siempre es el cliente», recuerda. Como en las películas del Oeste.

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