Diario de León

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Apenas era una niña cuando le enseñaron que en el funcionamiento de su país había dos partes fundamentales. Por un lado está la parte eficiente, formada por el Gobierno. Son sus miembros quiénes han de tomar las decisiones vitales concernientes al estado. La parte solemne se refiere a la realeza, que confiere con su formalidad y majestuosidad el poder divino necesario para que la ciudadanía nunca pierda la fe en la prosperidad que representa la monarquía parlamentaria —el sistema político es el mismo que el español, aunque con sus peculiaridades—. No fue hasta que ya era reina cuando Isabel II tuvo que rebuscar por todas sus propiedades para encontrar sus apuntes de escolar y pronunciar aquella frase que rezaba: «ambas partes deben confiar mutuamente» para que no se hunda el barco. La intención de recuperar esa cita, escrita de su puño y letra, era dar una regañina más que merecida al primer ministro británico, en aquel entonces un venido a menos Winston Churchill, y a Robert Cecil, quinto lord Salisbury. El primero le había ocultado una enfermedad severa, camuflándola en un catarro y aplazando así la nimia visita del presidente de los Estados Unidos Eisenhower. Al segundo le cayó la reprimenda por haber «conspirado» manteniendo el secreto de Churchill y ocultándoselo a su monarca. Historias de palacio que si no fuera por las biografías pasarían desapercibidas.

Ahora imagínense que sucediera en España y que a Felipe VI, nuestro venerado rey —en estos momentos más que nunca por el asuntillo ese de retirarle la asignación presupuestaria a Juan Carlos por tramas económicas en Suiza y comisiones saudíes de millones de dólares—le toca leerle la cartilla a nuestro también queridísimo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por su eficiente gestión de la crisis del coronavirus. No estaría nada mal aunque parece complicado... ¿Qué seriedad vamos a esperar de los representantes de esta sociedad? Una sociedad que aún alberga a especímenes que se disfrazan de miembros de Protección Civil para salir del confinamiento; que consideran su puesto como agente de la ley como privilegio que le permite saltarse la cuarentena e irse a correr; que no atienden a razones ni a estados de alarma para cohibir sus ganas de sacar unas latas de cerveza a la calle para invitar al vecino; que se acurrucan en los maleteros de los coches para escapar de casa; o que si hace falta acuden hasta Picos de Europa a cazar una cabra montesa para sacarla de paseo y así pasearse a ellos mismos también. Eso sí, a por el ungulado van los amigotes de cuatro en cuatro y si les paran dicen que van a por conejos. España abandera la solemnidad y la eficiencia, y el ridículo, en ocasiones, también. La pandemia no es un juego. Que se enteren los 600 detenidos y 60.000 denunciados que ha dejado la primera semana.

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