Diario de León

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Saqué de la Biblioteca de León la película Vania en la calle 42, de Louis Malle. Me ha gustado mucho. Al día siguiente les pedí la obra de teatro en la que está basada, de Anton Chéjov. Me trajeron la versión y adaptación de Tío Vania publicada por el leonés Andrés Trapiello (La Veleta), estrenada en 2002 con dirección de Narros. No hizo la suya desde el original ruso, pues no lo habla. No importa. Billy Wilder, tampoco… y coescribió el guion de Ninotchka, en el que Garbo hacía de comisaria comunista. Nuestro paisano trabajó como escritor-lector, comprendiendo la condición poliédrica de los personajes. Nunca hay un único cristal tras el que observar. El Vania que interpretó Benavent (2008) tuvo poco que ver con el de José Bódalo (1969). Lo importante es no distorsionar la verdad del texto, que conduce a uno de los grandes finales de la dramaturgia universal. A Sofia y a Vania amar sin ser correspondidos les revela el fracaso de su existencia. Él solloza y ella trata de consolarlo diciéndole -¿y diciéndose?-: «La vida sigue… ya tendremos tiempo en la tumba de acordarnos de lo mucho que hemos penado aquí… y Dios se apiadará de nosotros… seremos tan felices… lo creo con toda el alma…vendrán los ángeles y todo lo que hemos pasado se evaporará… No llores, tío Vania, no llores…». Mientras, como ella admite, solo les queda «seguir trabajando para los demás». Dime cómo escenificas e interpretas las palabras de Sonia y te diré quién eres. No es una histérica, sino noble y bondadosa perdedora. Cree en un paraíso donde Dios recompone corazones rotos. Andrés Trapiello logró con su versión/adaptación el «mecanismo de relojería» que percibe en esta obra maestra de Chéjov.

Me contó Vela Zanetti que hubo de mantener una larga comparecencia en un hospital. Su compañero de habitación fue Bódalo, con quien congenió muy bien. Al despedirse este del muralista le besó en la mejilla y dijo: «adiós, maestro, sepa que estas lágrimas mías de ahora no son de actor».

Lean y vean Tío Vania. «¡Con este calor no tiene uno el ánimo para dramones!», se me esgrimirá. Pero no funciona así el termómetro de lo humano. Sentir piedad, incluso de personajes ficticios, nos resguarda del sopor. Y nos mantiene vivos.

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