Diario de León

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Ayer vi a unos críos luchando con espadas de plástico, en una zona ajardinada de Eras. Y retuve la imagen para contársela hoy a ustedes. Hace mucho tiempo, fui así. Estaban en esa edad mágica que la pandemia no debe robarles, pese a las precauciones sanitarias que también ellos han de tomar. El estilo era más Tío de la Vara que Ivanhoe, pero cómo se lo pasaban. Aquello tenía mucho de desfogue físico, pero aún más de proclamación de alegría. Tentado estuve de unirme, pero uno tiene bastante con pelearse con su propia prosa, que siempre gana. Hablando de niños. Frente al teclado del ordenador, mi mujer ha colocado una fotografía mía de cuando tenía cinco o seis años. Se me ve serio y modosito, pero estaba solo estaba disimulando, a mí no me engaña. Miro al que fui y él me mira a mí, nos sonreímos. Sé quién es, sabe quién soy. Siempre hemos escrito juntos, incluso de mayor. Todos tenemos nuestras rutinas laborales. Lo primero que hago siempre antes de comenzar es leer la cita del día, en el calendario de taco que tengo sobre la mesa. La de ayer: «Mira a las estrellas, pero no te olvides de encender la lumbre en el hogar». Es un proverbio alemán, al que nada puedo objetar. A falta de chimenea, enciendo el ordenador. Y sí, este oficio no es fácil. Si te engañas, engañarás. Tu voz propia te pone cada vez a prueba. A veces, si mientras escribo me siento perdido vuelvo a mirar al niño de la fotografía. Si no me hace caso, a veces está a lo suyo, dirijo mi mirada hacia una de mi padre, en la que lee el Quijote , o a otra en la que mi madre muestra feliz el regalo que sus amigas le hicieron cuando cumplió 80 años. También tus padres están siempre contigo.

Tu mascarilla puede hacerte irreconocible a los demás, pero no ante ti mismo. Siempre juntos, el niño que fuiste y el adulto que eres. Tanto el amor que das como el que recibes te devuelve a tu raíz.

Esos críos que jugaban felices a intercambiarse espadazos… también mirarán dentro de unos años una fotografía de cuando llevaron mascarilla. Y quizá los ojos se les humedezcan al comprender lo mucho sufrido por sus padres y sus abuelos. Todo pasa, salvo la verdad. Siempre juntos, el niño que fuiste y el que aún eres. Hasta el final de los días.

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