Diario de León

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Hablan de ensoñaciones imperialistas los mismos que dirigen desde el puesto de grumete el barco pirata de la fechoría colonial. Treinta años, así, como que el roce iba a terminar por hacer que afluyera el cariño. Los matrimonios impuestos no arrastran más que desgracias, esquilas al paso de la santa compaña de la decepción; entre los cónyuges, en los vástagos (por fortuna, en este caso no quedará descendencia), en los allegados, entre los inductores y otros alcahuetes que, al final, reconocerán que aquello fue una tropelía. En estos casos, el sentido común siempre auxilió en la recomendación de la ley no escrita; porque ante la duda, mejor que se pierda un familia que no dos. No hicieron ni caso. Adelante con los fastos y esponsales, la pernada y el saqueo de las tierras, los ahorros, la hijuela y el capital de los suegros. Y, ahora, llaman al sereno, escandalizados porque ante el tálamo como un témpano, la ausencia de afinidad en el catre, la más mínima señal de atracción, la empatía nula, lleguen apuestos efebos a rondar al amor de juventud; que maduro sabe a gloria, serena las aspiraciones emocionales, apacigua el deseo torrencial en el que amainan los trenes perdidos con un pie en el andén. Amores tachados y prohibidos, amores de escalera, que convierten el portal en el lugar adecuado para esperar ese torbellino de emociones que sucede a las miradas. Confunden afecto con imperialismo con la misma frecuencia que suponen que es amor la sensación de gustirrinín que sucede cuando te atusan el lomo con la mano. O creen que hay amor cuando quieren decir conquista; que, lejos del camelo, corresponde a la acción de la caballería de la administración impuesta que arrasa con todo lo que sale a su paso desde que tomó el mando en plaza. Otro ejemplo de que el mapa no tiene parentesco con el territorio, por si no queda meridiano cuando la gente se embelesa con el color esmeralda que deja el atardecer; justo, al lado contrario de la sede del poder. Ni hubo fuego ni quedan rescoldos. No se celen. A la gente de aquí le resultan más tiernas esas noites de luar que el viento seco del este que cruje la identidad. Moraleja de estas nupcias forzosas: se puede sobrevivir sin el amor de tu vida; pero resulta imposible con quien no lo es.

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