Diario de León

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El monte arde, ha ardido siempre y arderá. Es una realidad innegable. Y cada vez lo hará de una forma más virulenta, rápida y agresiva. Nos podemos empeñar en echarle la culpa a unos y otros, con lo que solo crearemos más cortinas humo que nos impedirán ver una realidad de la que todos somos responsables como sociedad, y no solo me refiero al cambio climático, ese argumento para muchos peregrino pero que se vuele contra nosotros como un bumerán. Me refiero a nuestra forma de vida, a nuestra huida hacia adelante hacia el mal entendido progreso, hacia las ciudades, hacia la vida fácil. Me refiero a dar la espalda a nuestros montes, a nuestras zonas rurales, a nuestros pueblos.

Ya no quedan viñas que cuidar, ni castaños, casi no quedan huertas, solo queda monte que hoy o mañana será inevitablemente pasto de las llamas. Se habla mucho de la responsabilidad de las administraciones de tener el monte limpio para prevenir incendios, pero no se habla de que el 46% de los cinco millones de hectáreas de superficie forestal de Castilla y León está en manos privadas, unas manos que han abandonado a su suerte ese monte, ese bosque, para lo bueno, que sería el aprovechamiento sostenible de sus recursos, como para lo malo, que es terminar siendo devorado por las llamas.

Lo que sí se puede exigir a la administración es que obligue a esos propietarios a velar por su propiedad, y que sancione a quien abandone sus montes a su suerte.

Hace tiempo que a los responsables de los incendios les están preparando para este nuevo escenario de los grandes incendios, en los que poco o nada se puede hacer para salvar al monte.

Se trata de establecer unas prioridades, que son las vidas humanas y sus propiedades, porque cuando el fuego devora el monte a esa velocidad engulle pueblos enteros. Por eso las exigencias deben centrarse en proteger al poco tejido rural que nos queda. Muchos ayuntamientos plantean ya protegerse de esta realidad, aislando sus núcleos urbanos con cortafuegos de al menos cien o doscientos metros.

Porque cuando una casa desaparece pasto de las llamas se pierde, se pierde para siempre un morador. La gente de los pueblos ya no está para nuevas oportunidades. No podemos permitir que el fuego les eche para siempre.

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