Diario de León

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La ciudad tranquila no tiene en realidad un discurrir tan placentero. Acurrucados en la seguridad que abriga la ignorancia, vamos y venimos de nuestro corazón a nuestros asuntos mientras alrededor se tejen enredos e insensateces que, para fortuna de todos, no suelen tener consecuencias y pasan inadvertidos. No existen. Ojos que no ven...

Muchos deben ser los ángeles de la guarda que nos rodean invisibles. No hay otra explicación cuando cada mañana nos sorprenden los partes que las patrullas policiales han rellenado unas horas antes. No hay día sin sorpresa ni tarugo que echarse al suspiro, ¡ay, Dios!

Mira que en cuestiones de volante es mejor no escupir para arriba ni conviene tirar la primera piedra, que aquí lamentablemente no hay penitente libre de pecado. Mira que puede una bajar del púlpito al alcalde o al ministro de la cosa cuando la infracción nos rasca el bolsillo, con mayor o menor rigor. No hay aquí quien pueda decir este límite no me lo he saltado o este guardia no es mi sancionador.

Tráfico acaba de realizar una campaña de control de alcohol y drogas y el resultado es que han detectado menos afectados por sustancias poco recomendables al volante que en ocasiones anteriores. Aunque los datos evidencian que una cuarta parte de las muertes en carretera tienen que ver con ingestas ilegales, y un 80% (nada menos) de los jóvenes han visto a sus amigos conducir bajo los efectos del alcohol. A los mayores ya ni preguntar. Y ahora que todo se achaca al efecto covid resultamos más dados al bebercio y adyacentes, aunque no nos hayan pillado los agentes encargados de la encuesta.

El rosario de partes de las policías locales muestra un ejército nada desdeñable de ebrios, fumados, desaprensivos, gilipollas a todo gas y todo un surtido de infractores que, como aderezo de estupidez, suelen sumar chulería para plantar cara a los agentes. Van dados.

La cuestión es constantemente debatida, y suman expertos y fondos económicos los foros a los que adorna la misión de adivinar qué demonios nos pasa y cómo ponernos remedio, si es que lo tenemos. Así llevamos años, echándole la culpa ahora a la pandemia, antes a la crisis, y más allá a la bonanza que todo lo consentía. Quizá es que sólo entramos en razón a palos, y no hay más que rascar. Y, fuera del ejercicio de responsabilidad personal, queda poco más que encomendarse a Nuestra Señora del Sendero Verde y Florido. Vamos, vivir en un ¡ay!

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