Diario de León

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No se cómo conciliará el sueño últimamente Pedro Sánchez, aunque creo que su insomnio es menor desde que Pablo Iglesias decidió hacer mutis por el foro (tanto que ni siquiera se ha dejado caer por el cónclave que eligió a su predeterminada sucesora al frente de Podemos). Pero tengo la impresión de que el inquilino de La Moncloa se levantó el pasado domingo seriamente preocupado.

Y no era precisamente por el revival —nunca segundas partes fueron buenas— de la plaza de Colón, una movilización que, discurriera como discurriera, solamente podía beneficiarle. Y le benefició bastante más de lo que esperaba gracias a la salida de pata de banco de Isabel Díaz Ayuso, quién, muy taurina ella, se puso la Constitución por montera al cuestionar el papel del Rey respecto a los acuerdos y disposiciones emanados del Gobierno de la nación.

El ímprobo esfuerzo del PP de acudir a Génova sin resultar salpicado de la irrigación predemocrática que expande la extrema derecha se encargó de arruinarlo la presidenta madrileña, quien si antes de su resonante triunfo electoral era difícil de controlar, después del 4 de mayo cabalga a lomos de un tigre desbocado. Lo admite además sin ningún complejo. «Vox no es un partido de extrema derecha, aunque tiene sus cosas», ha confesado con toda naturalidad a Bertín Osborne.

Pero a lo que iba. La verdadera preocupación dominical de Sánchez eran las primarias del PSOE de Andalucía, en las que se jugaba mucho más que los dos contrincantes en liza, el alcalde de Sevilla y su vieja conocida Susana Díaz. Una victoria de esta última hubiera dañado muy seriamente su liderazgo interno en un momento en que algunos barones territoriales secundan a la «vieja guardia» en su resistencia a aceptar los indultos a los condenados del procés. Un revés en las primarias andaluzas hubiera representado todo un punto de inflexión dentro del PSOE.

Por fortuna para él, el alcalde de Sevilla le ha ganado el pulso a la baronesa andaluza, convertida en otro juguete roto de una dinámica interna que convierte a los partidos en auténticas picadoras de carne. Véase, si no, como han acabado las dos aspirantes que compitieron entre sí y con Pablo Casado por suceder a Mariano Rajoy. La que fuera todopoderosa vicepresidenta del Gobierno perdió en una sola votación todo su predicamento y decidió la política activa. Y peor aún le ha pintado a Dolores de Cospedal, encausada judicialmente por el caso Kitchen, un escándalo que puede acarrear sobrevenidos problemas al propio Rajoy, quien lleva confundido con el paisaje desde cedió el testigo del PP.

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