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Publicado por
Carlos Antón Roger, escritor
León

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Tod@s hemos tenido a lo largo de nuestra presente vida, experiencias o situaciones contrarias a las que hemos designado en tantas ocasiones: «esto es insoportable, nadie puede soportar lo que me está sucediendo, etc...». Quisiera por tanto, y a través de mis lecturas y análisis propios e inclusive ajenos, el intentar minorizar los estados emocionales con los que más o menos la totalidad, nos hemos topado en oportunidades, tanto en nuestra vida laboral, social, cultural, pero sobre todo familiar.

Bien; pues es en esta última etapa sociable por derecho propio, la que más nos enfoca a una desesperación muy difícil de ascender en tantas ocasiones habituales y sabidas, un desconsuelo auténtico que sí... debemos gestionar, para que nuestra existencia subsiguiente, no se quede anclada en un pasado vacío, sin un fin o negatividad de incierta posteridad, (utópico, cual es el sino del mismo).

¡Adelante se dice o nos dicen!... «la vida sigue»... pero ¿cómo? Bien sea en este punto, donde quiero explicar mis análisis y pensamientos, tal sean útiles y pormenorizados para todos o de forma individual y necesaria de motivación propia a través de algo escrito y aclaratorio, o de dónde ha de ser la partida y conclusión hacia cualquier trance o situación compleja y ciertamente entredicha, pero, no explicada en su fin.

Ante todo, y sobre todo, será necesario, que la propia persona paciente, enferma (existencia, por ende, el misterio, discreción y objetividad) tome la iniciativa de su propio mal, ¡difícil situación!.... cuanto a tanto o tantos rodeamos su mundo con pensamientos linguarios en un contexto que son respondidos con sus silencios, pero necesarios en conversación latente.

El contacto visual es, y será necesario aún, en el abundamiento de la «no conversación» vacía, pero preñada de silencios susurrantes e íntimos, las propias miradas, caricias o sonrisas, lograrán vencer las barreras de la enfermedad, en el propio paciente, el cual se reconoce e identifica y estima, por la propia afinidad parental, (dejo al margen por iniciativa propia, la amistad, pues la considero y así lo expreso, en un sentido panegírico y nunca válido en estas situaciones críticas), en tanto en cuanto que la propia familia, se ha de encontrar por siempre capacitados en el contexto descrito, entendible en forma atávica y como recuperación de pensamientos del paciente, aún en rápidos y necesarios, por la propia sorpresa...

Es decir, la pusilanimidad expulsada en estas situaciones y vuelta a la toma de contacto de la realidad desdeñada, esquiva y fatal, no obstante necesaria en momentos trascendentales. Lidiar con el diagnóstico es y será de suma importancia, no solo con los allegados, cercanos y familiares, sino consigo mismo, con lo propio e insondable de la enfermedad, a sabiendas de partes concretas.

Las propias consultas descritas en sus necesidades médicas, deben ser, una forma de vida cierta y positiva dentro de la negatividad que experimentamos y sentimos por la misma, pero hacia ese ser que jamás hemos perdido ni perderemos, en nuestro amor y cariño eterno. (Del pasado, todos aprendemos y aprenderemos, pues los sentimientos o la propia inteligencia emocional ya adquirida y recibida a lo largo de la vida, jamás se podrá evaporar en el olvido del tiempo sin medida y ser un algo convencional e inventado por el ser humano como imperfecto, se dilatará partiendo de la propia señal fabulosa que cada cual nos signamos, real al fin).

Las posiciones marcadas para cada cual en el entorno familiar observado, han de acomodar y cimentar los distintos roles como porciones de un todo colectivo, unívoco y primigenio, lo que dará el testimonio y mensaje al rumbo «terapéutico», al cual debemos estar afirmados sin dejación de actuaciones, o dicho de otro modo, que nuestra personalidad emotiva vital, rote en el sentir psicológico íntimo, o por qué no, la propia pseudopsicología en casos tan necesarios al tiempo que puntuales u ocasiones de trances insondables y no obstante ciertos, conclusivos al fin.

Así mismo, en cuanto a los distintos procedimientos emocionales aparejados a un ser querido, por sí mismo harán que nuestra «amígdala explosiva» (descrita por A. Damasio, 2018 ) se auto reconforte y reconforte al propio paciente, en la medida que él mismo, nuestro ser querido, haga acopio de fortaleza mental en momentos, días...etc. de su cierta angustia, pero por siempre minorizada por esa conjunción de sentimientos cercanos e intervenidos, pues nada puede ser más cierto, que la oscuridad interior, pero no indicativa de que se sienta, no sintamos; ya lo que nos sale a todos del corazón, jamás podrá ser ridículo o criticado en circunstancias naturales o en el caso, extremas.

Esa dicha alerta sensorial presente y sin eludirla por las partes en cierta cavilación continua y sin remisión a otros pensamientos pasados, nos hará culpables del ejercicio en cuanto a que nuestra misión será el procurar una mejor disposición humana interna actual e ilimitada, de ese ser que ha llevado su sufrimiento al silencio y negatividad, dado que el pesimismo que apareja el ser humano, ha nacido en el mismo y el optimismo que debemos transmitir al paciente, ha de convertirse en nuestro cometido más significativo y trascendental; que nuestra memoria pueda recordar afortunadamente, siempre.

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