Diario de León

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La palabra recado es palabra polisémica donde las haya, lo que significa que adquiere significado en diversos contextos e intencionalidades. Esta es una de las maravillosas potencialidades de la lengua, que, además, acentúa uno u otro significado en momentos puntuales de su propia historia, de las circunstancias sociales y de la voluntad de los usuarios. Esto es lo que confirma constantemente que la lengua está viva, que evoluciona de forma permanente sin ruidos, a los que no suele hacer caso por la debilidad que suele acompañarlos.

Uno recuerda la utilización dominante, casi exclusiva, de la palabra. Recado se limitó casi a comprar («Tengo que hacer los recados»). A veces misión encomendada a los hijos como ayuda, aunque fuera pasajera, en las tareas que correspondían a la colaboración en el día a día de la casa, con frecuencia por olvidos de poca monta. Eran las madres especialmente las que tenían un tiempo diario para tales menesteres. «Nos vemos a la hora de los recados». Es cierto que, con el tiempo, el concepto se amplió a lo que hoy podríamos denominar trámites. Hacer los recados añadió a sus cometidos la idea de solucionar los problemas de papeleo que la sociedad fue imponiendo en sus usos y costumbres.

Sin perder ese valor, o esos valores, hoy se extiende la acentuación de su significado a expresiones que se acercan, cuando no se identifican, a sinónimos como dardo, pulla… Vamos, en roman paladino, dar una hostia a alguien en toda regla, redonda como una hogaza, para cerrar mejor la metáfora. «Menudo recado que le mandó el otro día en la entrevista que le hicieron en la tele» puede ser un paradigma, con todas las variantes posibles, más o menos directas o solapadas, que leer entre líneas, dicen, es asignatura de pispos. O malintencionados. Pareciera hoy que algunas noticias, opiniones sobre todo, no sirven de nada si no dejas un recado a alguien. Sin recados no parece haber paraíso en la imperiosa necesidad que algunos tienen de estar en plena pomada. Recurso fácil, a veces sospechoso y cruel: deja caer algo, que ya lo dispersará el viento… Y el viento corre de boca en boca.

Estamos viviendo momentos de crispación, de extrema polarización. Y, sin embargo, la mayoría parece estar de acuerdo en la necesaria serenidad. Es hora de no empeñar la palabra para la ofensa, para los recaditos, por qué no para la concordia de vecindad y aliento.

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