Diario de León

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Ser un plasta es algo ambiguo, relativo y poco concreto. Tanto, que depende por completo de quien adjudique el término. También es indeseable serlo, lo que pasa es que el plasta  no se suele enterar de que lo es hasta que algún alma caritativa se lo dice y, la mayoría de las ocasiones, no vale para mucho. Esto es lo que le ocurre a los políticos, que no se dan cuenta de lo cansinos que resultan al grueso de la sociedad y, si lo hacen, no parece importantes mucho, a la vista de los resultados.  El plasta es aquel que es insistente en sus argumentos pese a quien pese, que repite lo mismo una y otra vez, que carga, «una cosa aplastada, pegajosa e informe», dice la Real Academia de la Lengua.

Al igual que los políticos, son desafiantes y no les importa mucho lo que piense el otro porque van a lo suyo. Quieren dejar bien claro su visión  de la realidad, aunque no sea la mayoritaria y a pesar de nadie se la haya pedido.

El problema es que la política está viciada, rancia y muy alejada de lo que necesita el mundo en general. Sorprende que todavía siga movilizando a la gente a pesar de la abismal distancia de intereses entre lo que busca uno y otro porque está bien claro que los políticos miran hacia un lado y el resto de la humanidad hacia el otro. 

Hace tiempo que reina el desencanto en lo que rodea a las urnas. Poco que ver ya con los años en los que votar era una fiesta, un día importante. Tanto va el cántaro a la fuente que al final termina por romperse y a base de  llamarnos a ejercer el derecho al voto en función de lo que se le antoje al mandatario de turno, uno acaba por hartarse. Es el poder que tienen los plastas, que generan hastío y mala leche.

Recién salidos de una cita electoral, con el gasto económico y mental que eso supone para todos y hartos de escuchar eslóganes y frases manidas, ver carteles con poses artificiales y retocadas y ser testigos de la locura política que nos rodea, nos vuelven a convocar de nuevo para el verano, en pleno mes de julio, con el calor y las ganas de playa, río, descanso o cualquier otra cosa que nos saque del letargo diario al menos durante unos días. Otra muestra más de que ellos van a lo suyo, que poco tiene que ver con lo nuestro. 

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