Diario de León

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Me encontraba escribiendo sobre los amigos de Cervantes, o más exactamente acerca de quienes resultaron no serlo cuando más los necesitó, y me informan que mi amiga Esther Bajo ha ganado el primer premio de denuncia social «Martín Fierro», con su novela La última pena , convocado por la editorial Distritos 93. Me dirigí a la nevera, saqué un helado y me lo zampé a deshoras. ¿Hay algo mejor que celebrar el logro de alguien al que quieres? Y con pecaminoso chocolate. Si engordo, cúlpese al jurado o al heladero, no a mí. Además, tampoco puedo decir que me haya cogido por sorpresa. Sé lo mucho que ha trabajado en esa novela, escrita con las entrañas. Escribir no es sufrir, pero exige horas de trinchera, sea combatiendo con una frase que no sale o con un personaje que se te declara en rebeldía; en fin, si tiempo lleva poner, también lleva lo suyo quitarlo después…pues nada ni nadie tiene segura su permanencia en un libro. Y luego está, claro, la jornada en la que todo fluye. Sí, ¿pero hacia dónde? Ni los finales felices ni los tristes se escriben silbando, ambos son despedidas. Adiós, buenos. «Adiós, malos. Adiós, protagonistas. Adiós, secundarios… gracias por la compañía, ¿me echaréis tanto de menos como yo a vosotros?». Pero esta vez habrá el mejor de los reencuentros, pues el premio obtenido conlleva la publicación. Me siento tan feliz por ella que quizá me haga un gran bocadillo de jamón serrano, de ese que Marta guarda electrificado. «Por Baco, Aguirre, ¿no puede celebrarlo con whisky como todo el mundo?», me dirá el ectoplasma de Hemingway. Y ante esto solo cabe contestar: «Sí, pero del suyo, Ernest, que está por las nubes».

En la leonesa Esther Bajo, calidad humana y de pluma van a la par. No tiene una Miss Hyde en la que desdoblarse. Inteligente y buena, como era inteligente y bueno su José Luis Estrada. Ya dije que soy de un viejo estilo, creo que ciertas calidades de pluma solo irrumpen de un corazón bueno. Y Esther lo tiene inmenso. ¿Quién podría no quererla?

Y ahora, vuelvo a Cervantes y a sus amigos que no lo eran tanto, allá ellos. Pero antes, creo que voy a tomar ese chupito de whisky, a la salud de Esther y de su merecido premio. Y otro, hasta arriba, para Marta. Paga Hemingway.

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