Diario de León

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Cuando tengo intención de asistir a la presentación del libro de un amigo le digo: “A no ser que haya un ataque zombi, allí estaré”. Ayer no lo hubo, pero aun así no pude acércame hasta la Biblioteca Municipal de Padre Isla, donde fue presentado El envés de los días. Hojas de almanaque (Marciano Sonoro) de Antonio Toribios, quien estuvo acompañado en la mesa por Alberto R. Torices —otro estupendo escritor— y por los editores. Lo sentí. Al menos, pudimos quedar antes a tomar un café. Mientras le esperaba en la puerta del bar, me aposté conmigo un millón de dólares a que él llegaría caminando tranquilamente y con las manos entrelazadas a la espalda. Gané, me debo un millón. Si uno creyese en la reencarnación diría que Toribios en su anterior vida fue mariscal de campo o arzobispo, y que de aquella existencia le han quedado esos andares de preboste ensimismado en un momento estelar de la Humanidad. Solo los peces gordos caminan así, pero él lo hace con entrañable sencillez. Camina abstraído porque dialoga con sus personajes. Me cuenta Javier Tascón, amigo suyo desde sexto de Primaria, que ya desde niño era un cráneo privilegiado. El alumno brillante se convirtió en maestro de la narración corta, se veía venir. Me pregunto si en el patio del colegio caminaba con las manos entrelazadas, ganas me dan de apostar otro millón a que sí, pero ya me ha enriquecido bastante esta semana.

Cuando llegó a la cafetería le dije que acababa de hacerme ganar una fortuna, pero ni siquiera me preguntó cómo o me pidió comisión. Entre los escritores se le valora mucho y además se le quiere. De crío lucía mechón blanco en el pelo, al estilo El Puma; le conocí con él, pero de joven promesa. Un elegante, en la antepenúltima reencarnación —en la que no creo— debió de ser un galán maduro.

En el nuevo libro reúne su reto de imaginar cada día una historia, a partir del nombre del santoral. Seguro que el del mechón blanco lo ha vuelto a lograr, ya dije antes que se veía venir. Hace dos décadas ganó el premio de relatos de este periódico, y eso que uno no estaba en el jurado, pero de haberlo estado le hubiese dado mi voto. Gran narrador, gran persona. Y no lo escribo porque me haya hecho ganar un millón de dólares.

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