Diario de León

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Mal se entiende cualquier guerra si no miramos a sus dos principales protagonistas: el dinero y la verdad; el uno engorda y la otra muere, el uno paga y la otra sobra. En las guerras el dinero va a unas manos que lo primero que hacen es comprar la verdad. El dinero es la verdad. O sea, la mentira. Y ya la miseria, la vileza y el silencio se encargarán del resto. Valga esto, dice Sócrates, para explicar las guerras del Peloponeso, la de los Treinta Años, la invasión nazi de Polonia y ahora rusa en Ucrania o esa Guerra Civil con silencios que pasan y pisan sobre la losa de todo lo enterrado mal que aún tenéis sembrado por aquí y cuya justificación vuelve a resembrarse en tanta cabecita juvenil de grada puñal y bandera a voces.

Fue Sócrates a un acto entrañable y poblado el sábado en el teatro de los Capuchinos en recuerdo y nombre de los fusilados y mal enterrados del cementerio de Villadangos durante el primer estertor de la Guerra Civil. Una línea de sillas al fondo del escenario recibió a una veintena de familiares sosteniendo en su regazo el retrato del pariente acribillado al que esperan encontrar en la exhumación emprendida y a su vez recordando a los otros sesenta más que no tienen aún quien les valga o quien les nombre. Fueron gentes aterradas ante la horrorosa muerte de un familiar, terror que a lo largo de una dictadura (y después) se hizo miedo de chsss contínuo y un esconderse o esconder, silencio de aquel a quien quieren además hacer sentirse culpable. O silencio extremo que a Sócrates le impactó en el caso de una viuda que nunca jamás comentó a sus hijas el tremendo episodio y la verdad, esa verdad tan muerta en aquella guerra incivil y tan muertita hoy todavía en tantos que no logran el eco de su nombre o el lugar secreteado donde les enterró como alimañas un pelotón camioneto de falangistas sin fuero que, si fuera de Valderas, podría dirigir un tal Ponciano al que se le vio volver alguna vez de sus vilezas con un collar de alambre donde ensartaba orejas de los paseados.

El silencio y la mentira aún anidan.

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