Diario de León

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D icen que de antiguo maldice una España a la otra... la España indígena a la romanizada, la hispanorromana a la goda, la cristianogoda a la arabizada, la comunera a la imperial, la tridentina a la luterana, la carlista a la isabelina, la monárquica a la republicana, la nacional a la roja... y de este modo, sin dejar de maldecirse, no cesan de prometerse revancha, boicot o derogar todo lo que la otra predique... pero de cuando en vez se cansan de los modos tiesos y se les arremangan las iras, los gritos impiden oír la palabra, hay hostias como hogazas y la sangre llega al río... rutina histórica, noria que cangilón a cangilón llena el abrevadero donde, como bueyes, nos amorramos ansiosamente para aplacar nuestra infinita sed de justicia... española... es norma consuetudinaria reiterando que las malas costumbres son siempre las más difíciles de erradicar. Y así estamos. Sin salir de ello... ni de ella.

Indultar a la caterva independentista, la que se arriscó en supremacía insolente y sedición provocadora, se convierte hoy en encendida furia para atizar la polaridad en posturas y discursos, ya sean de tarima o de barra, igual de simples y vocingleros por lo común, mientras los equidistantes y ecuánimes naufragan en el ruido y jamás logran que las tercas trincheras se interesen por su razón o mediación... y porque aquí la oportunidad de sacar navaja nunca se desaprovecha. En fin, nos harán arder la cabeza. Otro paso atrás.

Hay razones para el indulto. Y no las hay también. Sin embargo, en una de las dos orillas de lo español, río en zigzag, las aguas corren más calmas que las de enfrente que buscan turbulentas salirse de madre o matar a diente el talud. Lo sabe el pescador: en orilla veloz no se faena. Y Sócrates reitera: son un mito las dos Españas, idea ideada; solo hay una, pero es bipolar y, cuando se aburre de paz y pan, se torna esquizofrénica y se autolesiona; y en cuanto a la tercera España, existe aún menos, es treta poética donde caben junto al neutral razonable el tibio, el raposo, el cobarde, el trescamisas... resignados a dejarse arrastrar por la corriente.

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